El reflejo de los espejos del agua

Cual efigies legendarias, las presas romanas atestiguan la importancia que los habitantes de las tierras secas han dado siempre al agua. Esos depósitos hídricos, junto con las lagunas y los ríos, emiten destellos de vida y riqueza que se utilizan a menudo en conversaciones públicas y evocan en muchos de nosotros íntimos recuerdos. Nos encanta mirarlos una y otra vez porque allí la luz, la naturaleza y el agua se combinan para pintar esa belleza que nos refresca sin tocarla. En el imaginario colectivo esas láminas de agua no pueden esconder ningún defecto, mucho menos dejar de existir. De ahí nuestra alarma cuando leemos que el agua embalsada en el conjunto de la Cuenca del Ebro (la que atesora más agua) no alcanza en este seco invierno ni siquiera el 55% de su capacidad  y algunas poblaciones se encuentran en niveles de emergencia. Además la falta de reservas de nieve dibuja un panorama preocupante que esperemos no se cumpla.

Los benefactores pantanos también esconden paradojas. El espejo del agua nos devuelve lo que hacemos con ella, nos habla. Como ocurría en el mito de Narciso (que era hijo de dos ríos) concebimos los pantanos como un oráculo en donde buscamos belleza e ilusiones. A veces las encontramos pero en ocasiones se tornan en sombras por disputas entre la montaña y el llano, entre regantes tradicionales y expectantes. Cuando están llenos reponen esperanzas a quienes se aprovechan de ellos mientras ocultan deseos de los que perdieron sus vivencias. Cuando se muestran vacíos, porque la meteorología no descarga el agua allá donde se necesita y en el momento preciso, pierden su voluntad transformadora y exhiben en su fondo los esqueletos de vidas frustradas. Siempre atraen miradas, también de los habitantes de otros lugares que se quieren ver reflejados en ellos de una forma más nítida para encontrar sus sueños.

Embalses que siguen teniendo el mantenimiento del dinamismo social como atributo principal – así lo defendía Joaquín Costa hace más de 100 años- pero que hoy necesitan una gestión más adecuada a los nuevos tiempos. Quizás no retienen más agua porque se han detraído caudales en exceso para regadíos demasiado exigentes, por pérdidas en conducción cercanas al 40%, por consumos ciudadanos sin dimensionar o acaso han sucumbido a presiones de las hidroeléctricas que no dejan de mostrar su voracidad tarifaria. Pocos recuerdan que hasta la semana 33 del 2011 el agua embalsada en la Cuenca del Ebro superaba la media de los últimos diez años, a pesar de las irregulares precipitaciones.

Frente a quienes buscan aumentar el agua vivificadora construyendo más embalses se posicionan aquellos que ven peligrar sus moradas o los que defienden ajustar las demandas a la oferta. Esta visión diferente se palpa en Aragón, en Castilla y León, y en cualquier territorio donde el agua es alegoría de futuro porque sus gentes esperan cualquier trasvase. Los políticos acuden de vez en cuando a los grandes almacenes del agua para trasfundir mensajes al ideario nacionalista. Por eso no tienen problemas en trocear las cuencas de los ríos, en aprobar estatutos con reservas hídricas quiméricas, en generar expectativas para todos los demandantes de agua de España que saben que nunca podrán satisfacer, en permitir que los ríos pierdan el agua matricial que cumple la función ecosistémica.

Si la sequía afecta en invierno a caudales y actividades cotidianas, es que algo hemos hecho mal. Necesitamos una completa metamorfosis en las políticas de agua, no solo nuevas imágenes como en el Narciso de Ovidio. Hemos de despojar la gestión hídrica de las trampas mercantilistas que ahora la contaminan y conciliar ilusiones con realidades. Porque difícilmente se compaginan despilfarros para mover economías acumulativas en zonas turísticas con restricciones para usos básicos en otros lugares o para la conservación de los ecosistemas. El poeta Vicente Huidobro pensaba en espejos de agua a veces tan profundos que ahogaron esos blancos cisnes que son las utopías. Aquí los sentimos en ocasiones evocadores de ensueños personales o colectivos, a veces logramos escuchar con ellos los huidizos presagios que van y vuelven, o los imaginamos intemporales para que las gotas impregnen todo el territorio. Así somos.

  • Publicado en Heraldo de Aragón (6-2-2012) cuando los pantanos estaban secos en España. Al mismo tiempo, la clase política de las distintas comunidades autónomas los llenaba de promesas para despistar a sus súbditos.

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