Con frecuencia leemos que millones de personas tienen problemas porque su entorno se deteriora tanto, a causa de desastres ambientales o inducidos por la acción humana, que no les proporciona el sustento básico. Cuando se cumplen 8 años del tsunami que asoló el Pacífico, algunas televisiones nos muestran de nuevo noticias sobre desplazamientos masivos de personas bien sea dentro de sus fronteras nacionales o fuera de ellas. Sequías, inundaciones, deforestación y desertización están en el origen de estas migraciones involuntarias. En realidad, las causas del éxodo no son solamente medioambientales sino que influyen decisiones políticas, sociales y económicas como algunas líneas de desarrollo perniciosas –monocultivos en los países pobres para abastecer el consumo de los países ricos, deforestaciones masivas para ganadería, desecaciones de humedales como el Mar de Aral, etc.– que han impactado de forma especial en áreas territoriales frágiles en donde a veces la destrucción del entorno natural ya había empezado durante los conflictos bélicos. Los sectores más afectados en estos países son los más débiles: mujeres y niños, ancianos, campesinos, indígenas, etc. Cuando el desplazamiento temporal se convierte en permanente los problemas están asegurados: impactos medioambientales en los lugares de acogida, disputas con las comunidades locales, violencia, etc.
Las demandas de ayuda urgente que nos llegan al primer mundo sirven para recordarnos su existencia. Solemos responder bien a los sucesos puntuales pero cuando la ayuda alimentaria se cronifica y se convierte en limosna, el horizonte de cambio de estos pueblos se desvanece de forma paralela a las ayudas. La Cruz Roja –que pide de forma constante auxilio para disminuir los efectos de los desastres ambientales– afirma que ahora son más los refugiados ambientales que los debidos a la guerra. La ONU asegura que hoy los ambientales son ya el 60% pero irán en aumento si se cumplen las previsiones de calentamiento global. No se trata de hacer catastrofismo pero el progresivo aumento de temperaturas llevaría de entrada a una pérdida del agua potable en los países del Mediterráneo y en África, una desaparición de terrenos habitables en zonas del Pacífico, Bangladesh, Vietnam, etc., amén de una multiplicación de tormentas tropicales u otros fenómenos destructivos. Si esta tendencia se confirma y coincide con una población de 9.000 millones de personas en 2050, según la ONU, los efectos pueden ser terribles. ¿Qué pasaría con los cientos de millones de personas que habitan las costas, que se van a ver inundadas con seguridad? El mundo se vería sometido a presiones migratorias severas de múltiples direcciones, de alcance imprevisible, por los traslados de esa población sin recursos.
El mundo rico ve los problemas desde su atalaya mientras no sienta sus efectos. Se ha olvidado ya de que las migraciones actuales a Europa se relacionan con episodios ambientales pero si éstos se cronifican, los tapones del sur y del este pueden saltar en pedazos. Habrá que recordar a los políticos del primer mundo que su tarea es prever todos los escenarios para articular respuestas a posibles emergencias. Han de escuchar las tesis de los laboratorios de anticipación política, que les recomiendan una acción múltiple asentada en políticas comerciales y sociales consensuadas entre países ricos y pobres -con preparación diferente para afrontar el calentamiento global-, con prácticas territoriales diferenciadas.
Cabe pensar que la ceguera ha nublado a los dirigentes mundiales, porque no desconocen estos temas, quizás no figuran entre sus máximas preocupaciones, o no se habló de ellos en tantas cumbres como celebran. Las tres hipótesis son igual de preocupantes porque al tiempo no deja de crecer la xenofobia en muchas de sus ciudades. Por todo este cúmulo de factores hay que frenar el calentamiento global. Si se producen migraciones masivas por nuestra inacción actual, con qué argumentos negaremos el paso en nuestras fronteras a los desplazados o acogeremos a los que lleguen de territorios próximos; ¿Acaso construyendo nuevos muros?
- Publicado en Heraldo de Aragón (2-1-2010). La ONU alertaba de que 50 millones de personas se veían afectadas en aquel momento por deterioros ambientales y debían migrar. Diez días después el mundo se estremecía con la tragedia de Haití. Los desgarradores efectos de aquel terremoto todavía continúan cinco años más tarde.