En la apropiación de los escenarios naturales siempre hay riesgos para los invasores, no solamente sufre el invadido. En la era de la tecnología, varios episodios sobre variaciones ambientales –que se reproducirán cíclicamente- provocaban en enero de 2009 el caos en varias grandes ciudades europeas. En aquel momento fueron las nevadas, pero antes los ciclones o las lluvias copiosas han originado la alarma, han causado deterioros considerables en infraestructuras y servicios, y han acabado con vidas humanas en algunos sucesos. Sorprende que se olvide que existe un riesgo potencial asociado a contingencias climáticas o geológicas, ya que cada zona geográfica tiene unas peculiaridades con las cuales ha de saber convivir. El huracán Katrina –mucha gente viviendo en las cercanías de grandes ríos por debajo de su nivel, con diques mal programados y abandonada a su suerte- viene una y otra vez a la memoria de todos, pero es solamente un ejemplo de desastres que se repiten a menudo.
En España somos particularmente osados al medir nuestro tiempo vital. No tenemos problemas en culpabilizar de las nevadas a los servicios de meteorología, porque no prevén con exactitud milimétrica el día, la hora, ni el lugar exacto y cantidad de precipitación. Si los meteorólogos de la Agencia Estatal de Meteorología, su Web es de las más visitadas, avisan de que el tiempo va a condicionar unas vacaciones y no se cumplen las previsiones, tendrán que aguantar los dardos de los hoteleros, como si los especialistas pudieran manejar las masas de aire a su antojo. Si para colmo nieva cuando todos los coches –sin equipar convenientemente– se concentran en una carretera todavía el caos es mayor. Si lo hace en las capitales el desastre está asegurado pues se ha elevado a la categoría de maldición lo que antes era normal en cada territorio. Algún urbanita incluso se animaría a poner un pleito al tiempo como hicieron hace años los convecinos de Pedro Saputo en Almudévar (Huesca) con el sol o los vecinos de Cobos (Segovia) con las langostas.
Vivir por encima de las condiciones ambientales tiene sus peligros, si no se sabe prever contingencias no deseadas. A veces, los accidentes se convierten en catástrofes porque los potenciales de inseguridad son varios y se encadenan. Residir al lado de un foco de riesgo o concentrarse muchas personas cerca de él, genera desgracias tarde o temprano. Hay ejemplos desde la antigüedad como Pompeya y el Vesubio pero ahora se multiplican, como sucede con las inundaciones o sequías que azotan periódicamente todos los continentes. En qué han quedado las incertidumbres inducidas por actividades productivas que superan en daños a los reveses naturales: Bhopal en India, Chernobil en Ucrania, Seveso en Italia, el Prestige en Galicia, y un largo etcétera que componen las efemérides de las catástrofes.
A pesar de todo el desapego cotidiano, se confía, se exige, que las administraciones den amparo, resuelvan o atemperen los problemas ligados al devenir natural o a efectos perniciosos del uso del entorno. Pero sucede a menudo que la prevención administrativa y la coordinación fallan –a pesar de contar con mapas y planes de riesgos sin duda olvidados– con lo que aumentan los problemas y los ciudadanos protestan con razón porque se quedan sin luz una semana o ven limitada su movilidad, pero unas y otros pronto olvidan y no adoptan hábitos precautorios. Los etólogos sociales, que se ocupan del estudio de las conductas colectivas e individuales incluida la evitación de riesgos, avisan de que la especie humana como supraorganismo es joven, por tanto no es extraño que peque de inmadura, no sea capaz de autoorganizarse ni de gestionar bien la libertad. En realidad, a pesar de los avances evidencia una inmadurez como colectivo, no sabe convivir con episodios no programados. Se maneja dentro de unos parámetros de adolescencia permanente, con demandas de libertad y periodos de inseguridad, con despreocupación por lo que puede suceder a largo plazo. Es necesario retomar las preguntas que el profesor Innerarity se formulaba en “La sociedad invisible” en torno a la inseguridad social y a la vulnerabilidad de nuestra sociedad, a cómo se asumen los riesgos.
- Publicado en Heraldo de Aragón (7-4-2009) unos días antes de cumplirse 23 años de la tragedia nuclear de Chernobil. Todavía mucha gente se pregunta cómo fue posible y qué consecuencias ha tenido. Demasiados silencios cómplices de parte de los gobiernos y la International Atomic Energy Agency (IAEA).