Aparecen de pronto, cantando para anunciar su llegada. La gente las asocia al verano, que no sería igual sin ellas ni sus trinos. Las que vemos por aquí retornan después al África subsahariana, aunque las hay que hibernan en el suroeste peninsular. Su plumaje negro dorsal las identifica, si bien los no entendidos cometen alguna confusión al nombrarlas y las confunden con los aviones. Siguen manteniendo la querencia por los pueblos; los cubiertos y pajares guardan sus nidos del año anterior. Además, los lugareños han dejado atrás una parte de la inquina que les tuvieron en tiempos y no se ocupan de destruir sus escuetas construcciones de barro.
Estos pequeños pájaros migrantes son una parte de nuestra historia íntima. Incluso se los califica como “criaturas de Dios”; por eso aparecerían en “La Anunciación” de Fra Angélico. Cada día, aunque haga mucho calor, se posan en los hilos del tendido eléctrico y avisan de que el amanecer nos presenta un nuevo día; seguramente dirán que adornado de bellezas. La melodiosa cadencia de los trinos parece indicarlo, aunque no sepamos descifrar su lenguaje. Alguien escribió que con sus voces gárrulas contaban las historias del día anterior y explicaban lo que iba a hacer ese día. ¿Por qué no? Eso más o menos hacemos nosotros; es lo mismo que reproducen los periódicos, y repiten una y otra vez los informativos de radio y televisión.
La naturaleza tiene sus misterios. Estos diminutos pájaros -apenas pesan 150 gramos- recorren miles de kilómetros cada año, se dice que 4.000, a una velocidad media de 60 km/h. Sobrevuelan, sin emplear para ello brújulas magnéticas, muchos países para venir a pasar el verano entre nosotros. Aseguran los científicos que su viaje suele durar 30 días. Semejante esfuerzo tendrá su recompensa: quizás conservar la vida de la especie mediante la reproducción que realizan en nuestra tierra. La migración como esperanza es también el argumento de vida de otros muchos paisanos suyos, anónimos y despersonalizados. Recorren tantos o más kilómetros que las golondrinas, pero con muchos inconvenientes. A los que procedían del África subsahariana se han unido los que vienen de Siria, Libia, Eritrea, Irak, etc. Las guerras y el hambre los expulsan; los traficantes los someten en su viaje a todo tipo de vejaciones indignas de la condición humana. El desierto reduce sus posibilidades de alcanzar la tierra de la esperanza. La cifra de inmigrantes que cruzan el Mediterráneo cada año supera ya los 200.000; más de 5.000 mueren en el intento.
Las migraciones son una parte de la historia universal. Las golondrinas han servido de enlace entre Eurasia y África. La SEO Bird Life calcula que son unos doscientos millones las que hacen cada año este viaje. Don Juan Manuel hacía en “El Conde Lucanor” una alabanza sobre la prudencia de las golondrinas, que, al contrario que otras aves, se acercaban a los hombres, concertaban con ellos su protección y les aconsejaban arrancar los males desde el comienzo. ¡Qué buena lección, si se ejecuta bien, para estos tiempos de desapegos migratorios!
Pero sin duda el más tierno relato sobre las golondrinas se encuentra en “El Príncipe feliz” de Óscar Wilde. Aquella golondrina perdida en su viaje desde Egipto pudo tener amores con el junco que, aunque pobretón al decir de las otras compañeras, le hubiera dado estabilidad. Sin embargo, vagó por la vida hasta encontrar al príncipe triste. Este antes fue feliz, porque vivía en el País de la Despreocupación. Al final, el pequeño pájaro se dedicó a ayudar a los demás, aunque para ello se tuviera que hacer residente y acostumbrarse a los gélidos inviernos. Murió en la contradicción: ligada por amor a la estatua del príncipe y poco considerada por quienes en aquel país gobernaban. Eso sí, al menos tuvo imitadores. Ahora mismo se agrupan en las ONG, que como ella ayudan y trinan por lo que ven.
Qué contarán las golondrinas de lo que ven aquí. Seguro que hablan de que han encontrado gentes de color negro, como ellas, en Europa. Puede que relaten cómo viven los que llegan, o avisen de que desde el aire ven el penoso viaje de los paisanos que buscan la esperanza, pero sus trinos utilizan lenguajes difíciles. ¿Los entenderán los subsaharianos que las ven llegar cuando se disponen a partir?
* Publicado en Heraldo de Aragón el 11 de agosto de 2015. Por aquellos días, y los siguientes, la marea humana que huye de los conflictos bélicos llama a las puertas de la rica Europa. La acogida dista mucho de la ética global