En un concierto, los aplausos suponen un reconocimiento, expresan esas unanimidades que animan a los artistas a implicarse más y a regalar bises. Tienen un sentido de aprobación o elogio por un momento bien creado. Otras veces, las ovaciones surgen en situaciones delicadas, para dar un estímulo que ayude a alguien a reponer un mal paso, o a continuar en una dirección favorable. Aplaudir significa reconocer y apoyar. Pero los hechos diarios contradicen las ideas establecidas. De un tiempo a esta parte proliferan las escenas -no solo televisivas- en donde los palmoteos premian a quienes, subidos al foro público, destacan en ciertos empeños individuales (deportivos, artísticos, políticos) o, directamente, en nada especial. Se ve de todo entre los aplaudidos: gente que merece un elevado reconocimiento social frente a otros de los que uno duda si han aportado algo a la felicidad colectiva.
En el conjunto de famosos también destacan las aclamaciones que se llevan los deportistas, en particular los futbolistas. Resulta difícil justificar a veces por qué suscitan tanta atención mediática –incluso en los medios generalistas- y la razón por la que gozan de semejantes reverencias sociales. También los personajes públicos que hemos visto durante el periodo electoral han sido imanes de aplausos de los suyos, hablasen de lo que fuese, de ellos mismos o de aquellos a los que iban a socorrer. Pero la vida es así, e insiste.
Fama -la diosa del rumor en la esfera pública- nunca duerme. Se nutre de sombras, susurros y fantasmas, de credulidades y temores. Da que pensar esta sociedad dominada por las aclamaciones. Da la impresión de que a lo largo de estos últimos años, quien no quisiese ver lo evidente solamente ha tenido que esconderse de las preocupaciones y apuntarse al instinto adulador. Cabe preguntarse por qué han sido tantas las personas predispuestas a no mirarse en el espejo de la realidad y quedarse con la imagen que les dibujaban los que se dedican de forma profesional a provocar cegueras emocionales. Porque cuando los aplausos cesen, esos personajes a los que tanto loamos nos abandonarán. Incluso a quienes han permanecido apartados de esa corriente, sin palmotear al personaje o a sus obras, se les ha acusado de “no estar en la onda” o de padecer una grave falta de patriotismo.
Frente a esos personajes icónicos, hay presencias invisibles que apenas suscitan un leve cumplido. Hay que nombrar las ONG de acción social: imaginemos lo que supondría una aclamación multitudinaria, nada banalizada, delante de las sedes de Cruz Roja o Cáritas, por ejemplo. Sería un espaldarazo para su trabajo diario, pero además daría cuenta de la ética colectiva que mueve a la sociedad. Estas y otras organizaciones trabajan por la gente sencilla cuya vida es una epopeya de supervivencia; que transita por el paro, la dependencia, la pobreza, la inmigración, la vejez o la infancia desatendida, por citar solo las situaciones más ignominiosas. Seguro que más de uno de los desfavorecidos mira hacia los triunfadores, a todos los famosos, sean artistas, animadores televisivos, deportistas o políticos. Es posible que los modelos que estos representan lo libren por un momento de pensar en sus desdichas, pero agradecería algo de ellos. Excepto en determinados personajes y campañas puntuales, falta en los aplaudidos un verdadero compromiso social.
En el día a día caminamos guiados por la fe ciega, acaso poco reflexiva, en alguien o algo. A la vez despreciamos el valor del pensamiento cuando sepultamos en aplausos chismes y diretes, deseos y responsabilidades, promesas y negaciones. Pero si nos espabilamos podemos aprovechar las citas con los ídolos de masas, con los políticos sobre todo, para exigirles su cuota de dignidad. Ahora mismo están en conversaciones para pactar la forma de entregarnos una parte de la ilusión perdida. Hemos de decirles bien alto que se pongan de acuerdo pronto para cumplir lo que han prometido, que no podemos retrasar la acción colectiva, que ahora es el momento de olvidarse de personalismos y trabajar todos juntos por la mejora social. Habremos de avisarles también de que aunque no se les dediquen muchos aplausos por lo que hagan, les quedará el esfuerzo por aminorar las desigualdades, que no es poco en momentos de urgencias sociales.
* Publicado en Heraldo de Aragón el 16 de junio de 2015, en tiempos en los que los aplausos estruendosos se lo llevaban aquellos a los que los ecos mediáticos encumbran, desconocemos si desinteresadamente.