Cuando todavía son visibles los efectos de las últimas riadas, es tiempo de reflexión. Primero para hacer ver a toda la sociedad, en particular a quienes están más expuestos, que estos sucesos se repetirán y acarrearán desperfectos en las poblaciones, en sus propiedades y también en el entorno. Las sucesivas transformaciones del territorio, más incisivas en nuestros tiempos, nos han convertido en “una sociedad coligada al riesgo”. Como tal, esta debería prepararse para asumir sus efectos potenciales -la mayoría de los cuales está sin duda potenciando con sus prácticas-. La sociedad necesita una “cultura del riesgo” ya. Si se quiere, esta se puede asimilar solamente a una decisión pragmática: salvaguardar cada vez lo máximo posible. Pero también podría ser una variable educativa avanzada. Conseguirla no es fácil; se va construyendo poco a poco, lo mismo a escala individual que colectiva. Muchos de los comportamientos generados a lo largo de los sucesivos episodios de inundaciones son inadecuados, porque los ciudadanos no saben bien cómo reaccionar. Tanto las poblaciones potencialmente inundables como los políticos y la sociedad en su conjunto no estamos sensibilizados ante los riesgos. Se conoce por experiencias en otros países –Holanda, Alemania y Francia- que los protocolos de prevención, que se apoyan en una gestión diferente del territorio, son la mejor estrategia para reducir daños en las inundaciones por más que todas las situaciones (locales o específicas) no se puedan prever, porque el azar también cuenta. Tales mecanismos de respuesta no pueden ser correctamente valorados ni puestos en práctica por los individuos si estos no perciben la realidad del riesgo ni están entrenados ante su aparición.
Lógicamente, para hacer posible la formalización de una “cultura del riesgo” que tenga efectos permanentes es necesaria una formación programada. Esta debería comenzar con una información veraz, completa y bien gestionada, para facilitar la correcta interpretación de una inundación. Si las administraciones gozasen de prestigio, y ofrecieran explicaciones comprensibles que se constatasen con hechos, la sociedad en general ganaría mucho. También la Universidad o los medios de comunicación pueden mejorar esa cultura. El conocimiento no garantiza totalmente que cambie el comportamiento -la con(s)ciencia del riesgo tiene una dimensión subjetiva- pero algunos individuos sí adoptan actitudes precautorias. En realidad, sucesivas inundaciones con consecuencias más o menos graves desde el año 2003 no han logrado generar esa cultura social ni en los ribereños ni en los políticos, como nos han demostrado los hechos recientes. Sucede ahora lo contrario: que los ribereños se han sentido vulnerables, impotentes y sin medios para hacer frente a los riesgos. No es extraño que se nieguen a aceptar su situación, porque achacan toda la responsabilidad en los daños a la inacción de las administraciones, como si estas lo hubieran generado totalmente. Algo de culpa tienen, pero por haber permitido actividades productivas y construcciones en lugares inundables. Además, los titulares políticos y mediáticos han abusado del catastrofismo y de la irrealidad compensatoria. ¡Mal avío para formar cultura!
La aceptación del riesgo necesita un marco global de actuación. Se construye alrededor de una cuidadosa revisión general de la situación de partida. Necesita un plan de intervención que primero valore lo que se puede hacer en cada territorio y lo que no, con unos protocolos autonómicos y municipales de actuación en los que se cuente con todos los implicados en el proceso de planificación, en la toma de decisiones o en algunas maniobras de control en relación con los riesgos de inundación. Deberían realizarse simulacros de evaluación para ver si funcionan los protocolos; la participación de la población en ellos favorece un cierto compromiso. Este parece fundamental para su comportamiento coordinado en caso de nuevos episodios. La aceptación del riesgo debería llevar a la gente –ribereños y políticos- a buscar más información sobre lo que una inundación significa, incluyendo la específica sobre aspectos científicos que hasta ahora les parecen ajenos. Estos supuestos impulsan, más o menos según los maneje la sociedad afectada, la cultura del riesgo.
- Publicado el 21 de abril de 2015. Silencio absoluto sobre la cultura del riesgo. La administración no sabe nada, la sociedad nada le demanda. «España sigue siendo diferente»