Riadas con vulnerabilidad

Cuando se cumplían 50 años de la extraordinaria crecida del Ebro escribíamos un artículo sobre inundaciones (HERALDO, 8/1/2011). Allí contábamos que desde que los textos escritos tienen memoria nos hablan del desbordamiento de los ríos. Han acontecido desde la época romana hasta los tiempos más cercanos, pasando por la Zaragoza del Renacimiento. Después vinieron otras muchas riadas, nombre que define bien a las claras el poder transformador que el río trae en episodios puntuales y repetidos. En aquel artículo se citaba la existencia de sistemas de cartografía y teledetección que servían para la gestión fluvial, para conducir crecidas y reducir la vulnerabilidad de las poblaciones.

En 2003 ocurrió la última gran avenida, después hubo otras siete más pequeñas; en 2013 se encadenaron varias. Tras ellas se realizaron intervenciones puntuales en el cauce, alrededor de 150 en dos años. El Ebro siguió pasando sin hacer mucho ruido ni provocar la atención preventiva de la que se había hablado en aquel “Plan Ambiental del Ebro” que se elaboró en 2005 y que permanece escondido en algún lugar remoto. Cuando apenas han transcurrido unos años desde la última gran avenida, la riada ha hecho acto de presencia una vez más y nos ha pillado desprevenidos. Pero es que en el mes de febrero han circulado por el tramo medio unos 3.000 hm3, casi la tercera parte del total que lo hace en un año normal. El freático está saturado por anteriores crecidas, y en parte también por la ocupación del subsuelo que suponen las construcciones de la capital, que impiden que el agua se disperse. No es extraño que se hayan inundado garajes y sótanos, mal construidos y en el sitio equivocado: la llanura de inundación fluvial. Da miedo pensar en la vulnerabilidad de Zaragoza, en qué habría sucedido si el río no se hubiese desbordado tanto aguas arriba.

Las declaraciones de algunos políticos en estos días no han hecho sino encrespar los ánimos y vapulear la sensatez. Han convertido lo que podía haber sido casi una tragedia en un sainete electoral, lo que aumenta los riesgos naturales. Qué difícil resulta encauzar un debate sosegado sobre “El padre Ebro”; antes lo llamábamos así. El que era bendito por el sustento vital que procuraba, ahora es maldito porque nos hace vulnerables. Le dedicábamos cantes y jotas; ahora improperios. Pero carece de intencionalidad; se mueve al impulso arrítmico que le marcan el tiempo, la meteorología y el relieve. Lo hemos querido domesticar, marcarle el camino, y se rebela. Hemos de aprender de lo ocurrido, de las situaciones de riesgo. Porque los sucesos se volverán a repetir –con mayor o menor intensidad- una y otra vez. Tras proporcionar con fluidez las ayudas a los damnificados para que, ya que no se puede aminorar las afecciones emocionales, al menos puedan reparar sus viviendas y no vean maltrecha su economía, habrá que diseñar unos protocolos de actuación. Sin perder ni un día, habrá que revisar los usos del suelo fluvial, porque los riesgos naturales dependen de la magnitud de los agentes naturales que los originan (peligrosidad), de lo valiosos que sean los elementos que pueden dañar (exposición) y de la fragilidad de la población que los sufre (vulnerabilidad). Porque no es lo mismo construir en la orilla del río que hacerlo en la llanura de inundación, o fuera de esta. No es lo mismo cultivar un campo cerca del cauce que edificar una residencia de ancianos (o un colegio) o planificar una urbanización de cientos de miles de habitantes. Los riesgos serán, en función de esos factores, altos, medios o bajos.

Alejémonos de las polémicas de si es necesario dragar el Ebro –en todo su tramo medio, han llegado a decir- o no. Cualquier actuación habrá de tener en cuenta que lo que se hace en un lugar tiene repercusiones en otros muchos, porque la cuenca del Ebro es un sistema en su conjunto. Por tanto, hay que ser muy rigurosos en el análisis de las causas y evitar que la lógica indignación nuble la razón. Para planificar bien hace falta consenso, que se justifica en que hay que saber convivir con el padre Ebro, a medio y largo plazo. No vivir contra él, porque la energía que puede acumular una enorme masa de agua que se mueve a altas velocidades es muy peligrosa y nos hace especialmente vulnerables; nos derrotará siempre.

  • Publicado en Heraldo de Aragón el 10 de marzo de 2015, pocos días después de unas crecidas del gran Ebro que pusieron en cuestión la cultura del riesgo ante los las pulsiones de la naturaleza.

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