Zafarrancho en África

Lo ha organizado la ONU para hacer llegar la ayuda a Libia. Lo secundan los mandatarios poderosos que se citan en París para gestionar la posguerra. Los resultados de esa maniobra bélica de la OTAN dentro y fuera del país son una incógnita, como las razones que la provocaron, sin duda más relacionadas con el aprovisionamiento energético de Occidente que con la liberación del pueblo libio. Es curioso que cuando el sátrapa Gadafi pierde el poder no encuentre amigos por ningún lado, ni siquiera aquellos que le preparaban hace pocos meses reuniones con mujeres jóvenes o los que lo han tenido como aliado a lo largo de sus 42 años de dictadura. La ONU ha estado presta por una vez. Esta acción es sin duda positiva pues quienes sufren se merecen el auxilio de los demás, aunque nada más sea por solidaridad de especie. Pero parece un sarcasmo su celeridad en estos momentos de sufrimiento de otras decenas de millones de africanos.

Porque incluso en África, el continente más pobre y desgraciado, también hay ciudadanos de segunda y tercera clase. No lejos de Libia, millones de personas se enfrentan hoy a la muerte. Son diferentes a los otros pues mientras los primeros viajan en todoterreno a la conquista de nuevos territorios auxiliados por la OTAN, los sudaneses, somalíes, etíopes, etc., caminan días y días, en lenta agonía sin ayuda de nadie, para sobrevivir. Las armas de los unos exhiben su poderío atronador mientras las de los otros son tristes miradas a algún reportero que las quiera captar. Las organizaciones humanitarias se desgañitan hace meses solicitando nuestro auxilio para el Cuerno de África, pero no las escuchamos. Nos dicen que esta gente lleva varios años recogiendo exiguas o nulas cosechas, que las semillas que guardan se las deben comer al final para subsistir, con lo que se pierde la próxima siembra. Sus animales de labor acaban siendo sacrificados para alimentarse o perecen víctimas de las recurrentes sequías. A este paso, su resignación milenaria no les va a evitar desaparecer como pueblo. Tan cercanos en el espacio pero tan alejados en el corazón.

Cuando los informativos o los periódicos nos los muestran cerramos los ojos porque nos hacen ver lo peor de la condición humana: la enfermedad y la falta de esperanza por la desigualdad en el reparto de los bienes. La mala conciencia se nos nubla enseguida porque los medios informativos nos acribillan con los pormenores de la Liga de fútbol o con aspectos de economía global que no entendemos. Con una parte ínfima de las ayudas proporcionadas a las entidades bancarias manirrotas se solucionarían los problemas nutricionales de los africanos. Porque sobran alimentos, lo más sagrado de la ayuda humanitaria junto con la asistencia sanitaria, que se podrían hacer llegar en buenas condiciones si se desplegasen actuaciones de emergencia.

Pocos occidentales se rebelan ante esta situación: la mayor parte de los jóvenes siguen desorientados, las confesiones religiosas están ocupadas en sus manifestaciones de fe y no acaban de volcarse en la ayuda, los particulares donan pequeñas cantidades o permanecen indiferentes, las prometidas ayudas al desarrollo del 0,7 quedaron en el olvido. Siempre hay acciones positivas, como las de algunos ídolos del baloncesto comprometidos que animan a la participación humanitaria, pero tienen menos éxito que las campañas comerciales de los espectáculos deportivos. Las ONG sacan de su despensa lo que tienen e intensifican las peticiones a sus socios o simpatizantes como hacen los religiosos desplegados junto a los que sufren en África pero todo es poco, hace falta una intervención internacional de verdad.

Mientras tanto la ONU acaba de declarar la felicidad como un derecho humano. Pero ¿Qué es la felicidad? Acaso el descenso a las profundidades de uno mismo para encontrar el alma buena que encamine a una conducta consecuente, como decía Sócrates, o un estado físico de satisfacción de las necesidades de nutrición, de esperanza de vida, que es lo que pensarán quienes se hacinan en los campamentos de refugiados de Kenia y Etiopía intentando conseguir una choza donde guarecerse o esperando la ración de comida que no llega, ni para ellos ni para sus hijos. Si buscamos nuestra felicidad podríamos empezar por implicarnos en el remedio de la de otros.

  • Publicado en «Heraldo de Aragón» el 5 de septiembre de 2011, cuando la Comunidad Internacional se prestó velozmente a socorrer a las tropas que derrocaron al sátrapa Gadafi. En los mismos días, millones de personas luchaban contra la muerte en los múltiples campos de refugiados africanos sin otra ayuda que la que les procuraban algunas ONG. La ONU había declarado el 18 de julio de 2011 que la felicidad era un Derecho Humano universal.

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