Empezó a hablarse de este asunto a finales del siglo XIX. Pero fue a partir de 1970, tras las alertas de los científicos acerca del calentamiento global y sus consecuencias, cuando ha generado millones de noticias. En algunas de estas crónicas ha primado la alarma expandida, en otras se han enfrentado la motivación salvadora y el desmentido interesado. Muchas han denunciado la inacción colectiva de los gobiernos, sobre todo, y el despiste individual. Unas y otras modalidades de presentar un asunto tan serio han dejado la confusión como herencia. Es lo peor que puede suceder con un tema de trascendencia futura: no gestionar bien la información y no saber educar a la ciudadanía para la búsqueda de un criterio elaborado y la acción posterior. Por desgracia, no es el único tema de interés social en el que sucede. En la era de la información exprés falla la educación colectiva consolidada.
Todavía hay quien prefiere ignorar el problema o, más bien, mirar hacia otro lado para ver si desaparece o se olvida. Sin embargo, el cambio climático ha dejado de ser una posibilidad de futuro; es un grave desafío del presente. El quinto informe del Panel para el Cambio Climático (IPCC) deja pocas dudas sobre la relación entre modelos de vida y riesgos climáticos, entre emisiones de gases de efecto invernadero y el calentamiento observado desde mediados del siglo XX. Al tiempo que se celebra una cumbre sobre el clima, desde Kyoto a la reciente de Lima, algún interés oculto maniobra para que lo que pueda ser acordado quede en una mera declaración de intenciones. Así, da un respiro a quienes manejan el mundo a golpe de escurridizos maletines de dólares. Además, se asegura otra prórroga de despreocupación en la gente. Los individuos dejan de percibir la alarma ambiental por la inacción gubernativa, y se cansan de presionar en las redes sociales. No se plantean a qué están dispuestos a renunciar para asegurar el futuro saludable de sus hijos y nietos. Porque la primera dificultad del cambio climático es que limitarlo es incompatible con nuestro estilo de vida y no se verán efectos inmediatos que recompensen el esfuerzo. Pero, mira por dónde, las reuniones convocadas por la ONU no cesan y mantienen en alerta a los usureros climáticos y a la despistada opinión pública. Debe ser serio el asunto porque China y EEUU, los hasta ahora irredentos, firmaron hace un mes un compromiso de reducción de sus emisiones.
En la Cumbre de Copenhague de 2009, los países poderosos se implicaron en constituir un “Fondo verde por el clima”, una especie de hucha en donde ingresar recursos para socorrer los efectos del cambio climático en los países pobres. Pero los dineros tardan en llegar. Solo se ha aportado el 10% de lo previsto para el horizonte 2020. Además, parece que una parte de lo comprometido va a salir de recursos asignados hace tiempo para el Fondo al Desarrollo (FAD), el famoso 0,7%. En España, como siempre que se trata de imaginar otro futuro, estamos en la cola del mundo. Suecia contribuye con unos 60 dólares per cápita, EEUU con 9,5 y España con 3. Nuestra exigua aportación ha sido denunciada por WWF y Oxfam, pero el Gobierno calla. Marca de la casa; seguimos siendo diferentes.
El tiempo se agota, pero aún podemos resolver varios claroscuros que ahora tenemos delante. Un informe de la OCDE da a Aragón la peor calidad del aire de España. Mientras, la web que nos informa del asunto lleva 4 meses sin funcionar, según denuncia Ecologistas en Acción. El IPCC afirma que hay suficiente tecnología y conocimientos científicos para reducir el alcance del cambio climático. En el mismo informe se aportan unas estimaciones de los costos de mitigación que, aunque no son definitivas y están pendientes de la evolución del problema, no afectarían demasiado al crecimiento económico global. Si se quiere, se puede. Pero hace falta voluntad y una actuación rápida. Hay que reducir las emisiones entre un 40 y un 70% hasta el año 2050. De no ser así, condenaremos el futuro de nuestros hijos y nietos, tanto en términos humanos y de salud como económicos. Estarán enfermos y no serán más ricos. En la reciente cumbre de Lima nos han laminado una vez más la ilusión: ni más dinero para el Fondo ni más compromisos claros de reducción. Siguiente estación: París, diciembre de 2015.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 30 de diciembre del 2014, en la antesala del año que puede abrir la ventana a la maltrecha esperanza climática.