Algunas personas, madres y padres también, desconfían de aquello que decía Aristóteles en su “Metafísica” de que todas las personas desean por naturaleza saber. Bueno, el decía hombres, pero porque tendría las miras limitadas o el lenguaje de género no condicionaba nada en aquellos tiempos. ¿Por qué dudan? Acaso se acuerdan de situaciones propias vividas, algunas nada placenteras, o miran a su alrededor y no encuentran detalles convincentes que avalen lo que el filósofo griego decía. Vamos a suponer que sea cierta la posición de partida. Pero a la vez hemos de subrayar que quien quiera saber, conocer con fundamento, necesita aprender. En este cometido universal, que unos practican más y otros menos, no hay atajos. Se aprende practicando, y además hay que querer hacerlo.
Cuando una persona intenta aprender está entrenándose para saber. Cada ensayo le supone la creación –casi siempre parcial pero algunas veces completa- de nuevas habilidades. Todas las maniobras que pone en marcha buscan concluir un proyecto que esa persona tenía, y decidió ponerse manos a la obra para alcanzarlo. Pero esto de aprender cansa. No debe extrañarnos que nuestros hijos, si son escolares todavía más, no muestren el entusiasmo debido –o sean constantes- en este menester, como si quisieran llevarle la contraria a Aristóteles por su pereza mental. A estos alumnos/hijos que son perezosos, cualquier esfuerzo les supone un castigo. Será que habrán tenido algún episodio psicológico, o se habrán encontrado delante algún elemento físico, que los bloquee en los momentos importantes. Ahí puede estar el problema. Quizás no han sentido placer al aprender, porque muchas cosas les han sido dadas, resueltas, y otras se les han presentado de manera inadecuada, o con metas muy lejanas.
La inteligencia operativa que queremos impulsar en nuestros hijos/alumnos ha de saber cómo aprender, tiene que disfrutar mientras desarrolla la mayor parte de sus maniobras con ese fin, porque se impulsa ella misma mientras acierta. Así pues, no queda otro remedio que desentrañar por qué algunos hijos/alumnos no aprenden. El fracaso educativo que les atribuimos a ellos nos pertenece.
- Publicado en Heraldo escolar el 13 de mayo de 2015