El escenario natural de la vida de los niños y jóvenes transcurre entre la familia y la escuela. A medida que van adquiriendo autonomía amplían los espacios de convivencia hasta que, crecidos ya y fortalecidos con una serie de capacidades que les permitan conseguir sus ilusiones, se incorporan al mundo del trabajo. Esta progresión vital debería ser universal, pero en muchos países solamente alcanza a los privilegiados. Demasiados niños y niñas crecen sin el abrigo protector de la familia o de la educación. Cuando se van a cumplir 25 años de la firma de la Convención de los Derechos de los Niños (CDN) propuestos por Unicef y ratificados por casi todos los países del mundo, el Nobel de la Paz recae en Malala y Satyarthi, dos personas que luchan por que la escolarización y el resto de los derechos de niños y jóvenes tengan de verdad la categoría de universales. La concesión tiene su parte buena: reconoce el papel de estas personas en el cambio social. Ellas dos representarían a otras muchas que dan sus vidas a los demás sin escuchar nunca aplausos. También sirve como llamada de atención y por el impulso transformador que puede suscitar en otra gente. Pero además habla de la parte oscura del mundo del siglo XXI: es lamentable que se tenga que premiar a quienes luchan por conseguir derechos universales, cuando estos deberían ser el argumento operativo de todos los gobiernos del mundo, de todas las organizaciones supranacionales y locales que se ocupan de las personas y sociedades. Se ha avanzado mucho desde el año 2000 en la mejora global de los derechos de niños y jóvenes. La escolarización en Primaria alcanza en todo el mundo porcentajes cercanos al 90% pero todavía quedan muchos niños, sobre todo niñas africanas y del sur de Asia, a quienes se niegan sus horizontes educativos básicos. Si hablásemos de la restricción del acceso a la Secundaria, solo en Pakistán alcanzaría a 25 millones de jóvenes. Otro tanto pasa en la India. Según alerta la OIT -Satyarthi lo sabrá bien-, todavía hay 168 millones de niños trabajando en el mundo y sin poder ir a la escuela, muchos en las peores condiciones posibles y en actividades muy peligrosas para su salud. En el África subsahariana más del 22% de los niños trabajan; en la India unos 50 millones. En estas zonas, y en otras muchas, se muestra todo un arcoíris de la marginación frente a unos pocos privilegiados. Por ahora, para reducir las distancias, solo se nos ocurre apoyarnos en la educación. Porque en cualquier escenario de ciudadanía global, que tantos niños trabajen en todo el mundo constituye un crimen contra la humanidad.
No se puede negar el aplauso al comité del Nobel por este galardón, porque ha sabido relacionar la paz, palabra sencilla pero grandiosa, con los derechos de la infancia. Si esta encomienda fuera universal, haría más fácil que niños y jóvenes disfrutasen de la paz y luchasen por extenderla. Nos gustaría que este galardón generase en los países de origen de los premiados, Pakistán y la India, una dosis de esperanza colectiva, impulsora de unos compromisos sociales y gubernamentales decididos. Ambos territorios se encuentran también en los primeros lugares del mundo en mayor desequilibrio de género.
Apreciemos el valor positivo del simbolismo. Se busca la paz con un puesto en la escuela. Hay quien ve en la concesión de este premio un impulso a la educación como factor de desarrollo. Porque ligar educación con igualdad, o mejora individual con progreso colectivo –ese sería un distintivo de la paz-, supone reconocer que causa y efecto se confunden cuando se habla de las mejoras sociales, sumamente interrelacionadas en estos frágiles escenarios de vida de los más débiles. Pocas veces el comité de los Nobel ha estado tan acertado. Algunos hablan del limitado impacto que estos premios tienen en la opulenta sociedad occidental. Quizás sea así, pero al menos suponen un pequeño aliento para quienes perseguimos la utopía. Para que ese leve impulso nos lleve más lejos se nos ocurre que el comité podría hacer llegar a todo el mundo junto con los premios, sobre todo en estos días en que su eco mediático se multiplica, sus propuestas de cambio en la estructura de la sociedad global del futuro. Pocas veces tendría mejor empleo el legado dinerario del impulsor de los galardones.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 30 de octubre de 2014, recién otorgados los Premios Nobel de la Paz