La nostalgia del futuro se reescribe en el presente

Miramos atrás para tirar hacia delante. Los tiempos dulces, no para todos, se rompieron definitivamente con la pandemia. Más bien se mostraron elocuentes. Pusieron el egocentrismo antrópico en su lugar intermedio. Como siempre, los pobres del mundo apenas salieron en los noticiarios. Mandaban las grandes cifras. La incertidumbre acumulada nos hace entrar en estado ausente. Siempre hay un pero. Encontrar ahora mismo o leer una referencia a los desastres bélicos, ambientales y humanitarios que soportan los países pobres es una aventura sin final. Parece que estamos vacunados ante la desgracia foránea.

Nosotros a lo nuestro. Tras el paréntesis veraniego vendrán los lamentos de antes. Tenía guardada en mi cuaderno de esperanzas lo que Z. Bauman llama las retrotopías. Que más o menos querrá decir algo así como que la nostalgia nos hace volver al pasado sin exabruptos pandémicos, bélicos o inflacionistas. ¡Quién sabe si es irreal porque no lo ha sufrido! Pero la nostalgia es un cofre con doble fondo. Se aflora lo brillante o menos malo y se esconde aquello que no encaja.

El sistema agua/tierra/aire va a lo suyo; casi como nosotros. Va a lo suyo que no es a lo que estábamos acostumbrados. Cuando estudiaba la carrera, hace ya varias décadas, la geografía era casi una ciencia exacta. Y no solo en lo espacial. Ahora me atrevería que es la ciencia más interesante para comprender lo que la vida puede ser. A la vez, sus expresiones libres -algo manipuladas y despreciadas por los humanos- marcan la vida global. Tras el ciclón vienen tempestades, la tierra sufre. Cuando no un terremoto sepulta al vecino Marruecos. Las inundaciones libias quedan en casi nada para el mundo pero en una desgracia futura para los damnificados. Por todos los sitios parece que los dioses se han evaporado y no protegen a los creyentes.