Ningún desastre ecológico sale gratis

En estos momentos de incertidumbres varias, no es extraño que abunden los despistes. Tan ocupados como estamos en resolver el día a día, se nos olvida que somos una consecuencia del pasado y que vamos a tener una incidencia, pequeña o grande (según se mire), en el futuro. Dejaremos alguna señal física o aportaremos alguna idea que permanecerá en el sentir y en el actuar de quienes ocupen nuestro sitio.

Vivir cada día solo es posible consumiendo materia y energía de nuestro entorno. Como la producción de una y otra no es infinita, no tenemos otra opción que ajustar el uso de los recursos a su posibilidad de generación o reposición. Ahí está la clave existencial que se nos escapa. En la gestión ambiental hay buenas noticias, casi todas de acciones debidas al empuje social. Se habla de una más sólida conciencia ambiental, el aumento de la superficie forestal, la mejora en la conservación de ciertos enclaves marinos o la protección de los espacios naturales, que va consolidándose a pesar de los envites especulativos que cada día se lanzan contra ellos.

Pero en el otro platillo de la balanza ambiental se acumulan cada vez más y más grandes pesas. Los deterioros ecológicos, por muy pequeños que parezcan, nunca salen gratis. Dejan un rastro vivencial en la sociedad (también en su salud), unos deterioros en el entorno más o menos irreversibles y unos cuantiosos costes económicos de reposición, si esta es posible. Todos recordamos los metales dejados por la factoría Tudor de Zaragoza que se escondieron en distintos enclaves frágiles, los destrozos causados por los vertidos de Ercros en el Ebro a la altura de Flix, la agresión a la naturaleza por la rotura de la balsa de Aználcollar y así un largo etcétera. Los costes generados -económicos, ecológicos y de salud colectiva- no han sido asumidos en ningún grado por quienes los provocaron. Casi ninguna persona implicada en la mala gestión ha debido responder por ello. Ahora mismo, asistimos a los costes de la dejadez administrativa en el caso del lindano. Durante mucho tiempo ha habido un mal funcionamiento de los poderes públicos, que no han exigido responsabilidades a sus causantes -para hacer cumplir sentencias de los tribunales- ni han asumido sus propios fallos en la gestión del bien común. Nos queda la duda, muy razonada por la experiencia acumulada, de que si no existieran las organizaciones ecologistas todas estas afecciones ambientales pasarían de largo sin que nadie les hiciese caso. Da la sensación de que todo sale gratis en los destrozos ambientales y sus posibles trastornos de la salud pública. Es un mal ejemplo para la sociedad. Pero veremos que, de no existir una tremenda catástrofe, la preocupación seguramente será efímera. Después, vuelta a empezar la mala gestión y a olvidar que en el agua y el aire viajan muchas partículas no deseadas, y en niveles que si se acumulan pueden generar graves riesgos ambientales y de salud.

Ahora llega la compensación por la no utilización del almacén gasístico Castor. El Gobierno va a indemnizar con 1.350 millones a la empresa adjudicataria por no poder hacer su negocio. Un proyecto a todas luces mal planteado por la empresa, una administración pasada que otorga unos permisos sin prever los riesgos sísmicos, un ministro de Industria empecinado en llevarlo adelante y, al final, los españoles pagan todos esos desatinos a razón de 30 euros por cabeza. Eso sí, en 30 años, todo un detalle. Estemos atentos a la reapertura de Garoña, detrás de la cual se esconden maniobras especulativas y financieras para vencer los nuevos requisitos de seguridad que se exigen para nucleares de este tipo.

A cualquier ciudadano le cuesta entender esas maniobras, como también los 4.000 millones de dinero público gastados en limpiar el chapapote del “Prestige”, los más de 200 millones para la limpieza del Ebro en Flix, los 150 de Aználcollar, los 100 o más que costaría eliminar, de verdad, el lindano y así un largo etcétera que llenaría varios artículos. En tiempos se acuño la frase “el que contamina, paga” como estandarte de preocupación ecológica en la nueva manera de hacer de nuestros dirigentes. ¿Alguien lo cree hoy? Aunque así fuera, los costes ambientales no se resarcen solamente con dinero. Los desastres dejan una oscura tacha indeleble en la sociedad.

  • Publicado el 7 de octubre de 2014. Uno tras otro, los atentados ecológicos se perpetúan. Los responsables se escapan, los ciudadanos los sufren. ¿Hasta cuándo?

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