Los pastores del pasado han sido siempre gente sencilla. Aún así, o quizás por eso, la cultura popular los eligió como protagonistas de episodios principales. Desde que la Historia Sagrada los elevó a la mayor categoría espiritual en el episodio de Belén, que tan bien retrataron pintores como El Greco o Murillo, las tradiciones y leyendas no han dejado de relacionarlos con lo divino. Así la Virgen los prefirió para sus apariciones. Algunas ocurrieron en lugares tan famosos como Fátima; otras tuvieron lugar en el Aragón medieval en sitios más recónditos como Leciñena y El Pueyo de Barbastro. Aquí la Virgen eligió al pastorcillo Balandrán, que por su vida posterior mereció la categoría de santo; también visitó en Orihuela del Tremedal al pastor manco.
Pocos grupos sociales están tan presentes en la cultura mundial y de formas tan diferentes. El mitológico Fauno (Silvano), mitad hombre y mitad macho cabrío, fue durante mucho tiempo el protector de los rebaños como más tarde hizo San Drogón. El gran poeta romano Virgilio recogió en sus Bucólicas un compendio de las relaciones entre los pastores. La novela pastoril que se imponía en el Renacimiento encumbró la figura de las pastoras en la esfera social, pues las envolvió de sentimientos y pasiones en sus escenarios naturales. Las dianas y galateas motivaron a autores tan famosos como Cervantes; incluso Lope de Vega recogió lo más íntimo del quehacer pastoril, aunque volvió a conectarlo con la tradición religiosa cristiana.
Los pastores del pasado han dibujado trazos en la Historia aragonesa desde el siglo XIII, en tiempos de Jaime I en Zaragoza, Tauste o Ejea (a través de las Casas de Ganaderos); han escrito una parte del devenir social, reflejado en valiosos documentos que explican nuestra Historia. La cabaña ovina de la tierra baja y de los somontanos componía mareas polvorientas que formaron parte indisoluble del paisaje de Aragón. Los antiguos pastores trashumantes montañeses descendían en los inviernos hacia el valle hasta que la despoblación del medio rural aragonés se llevó la mitad de la población entre los años 50 y 70 del siglo pasado. Con ella se fueron ganados y vida; el territorio se desestructuró al tiempo que desaparecían los grandes rebaños. Aquella sangría sigue, pues el censo del ganado ovino del Instituto Aragonés de Estadística de 2011 decía que se había perdido más de un 40% en diez años ya solo alcanzaba los dos millones de cabezas (un 12% del total de España).
La potencialidad vitalizadora del ganado ovino es múltiple. No solo aporta beneficios económicos: como antaño, las ovejas y otros ganados podrían ser hoy los vigilantes de los bosques, pastoreándolos de forma controlada en mayo y junio para evitar el crecimiento de la maleza que atiza los incendios. Esa función ecológica se complementa con un protagonismo social pues mantienen pueblos que se encuentran al límite de perder su horizonte. Afortunadamente, un día los pastores decidieron detener su defunción y hacer valer su figura, y encontraron lo mejor de su producción: el Ternasco de Aragón. Además, descubrieron en el cooperativismo y en la comercialización de la carne sus escenarios de supervivencia. Hoy se han internacionalizado y exportan una buena parte de sus artículos al extranjero aunque deban luchar contra la dura competencia de otros países. Pero los nuevos pastores se apoyan también en la biotecnología porque buscan la persistencia de la genética en aquellas razas de ovejas que mejor se mimetizan con el territorio, por eso participan con las universidades en proyectos de I+D. Para sobrevivir defienden un modelo de desarrollo integral que busca la mejora de la vida de los asociados en este proyecto global antes que la mera subida de los precios de venta.
Los pastores del futuro siguen siendo gente sencilla aunque ya no salgan al campo en burro. Han cambiado porque gestionan proyectos cooperativos (como Oviaragón o Casa de Ganaderos), hacen sus cuentas en hojas de cálculo en donde anotan ingresos y gastos, y llevan la trazabilidad genética de sus ovejas. Pero siguen manteniendo, como antaño, la vida en muchos de nuestros pequeños pueblos. Si la crisis los sepulta perderemos con ellos una parte de la espiritualidad colectiva, y no nos podrán prestar la protección divina de la que siempre gozaron.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 30 de julio de 2012, como homenaje a toda esa gente que en Aragón custodia la tierra y quiere seguir viviendo en el medio rural.