Cuando el amarillo y el ocre se enseñorean de estos parajes y dejan el verde en manos de las sabinas y pinos renace la potencia vital de la estepa. Durante lustros las mujeres lavaron su ropa con el agua que atesoraban en sus tinajas mientras los hombres extraían de la reseca tierra las exiguas cosechas para elaborar el pan, el aceite y el vino que les iban a permitir vivir hasta el año siguiente. Hoy, el regadío ha llevado a algunas zonas el agua milagrosa que pinta el verde esperanza. Pero todavía el tiempo “pasa más lentamente, se siente en la carne” como dice Pepe Cerdá, que desde Villamayor hace de magnífico lector del territorio, como antes lo pintó Marín Bagüés desde Leciñena. Sigue siendo una tierra atormentada en la que no se sabe si siempre “será el invierno allá donde solo la ontina sedienta rompe el horizonte”, como lamentaba José Antonio Labordeta, o renacerá mayo y despertará del letargo secular. Por eso no es extraño que quienes no conocen esta tierra (bastantes aragoneses) la asocien solamente a un desierto inhóspito o un masivo evento festivalero de verano antes que a sus riquezas mudéjares, a las pinturas de la Cartuja de las Fuentes o al Monasterio de Sijena.
Las fichas comarcales que proporciona el Instituto Aragonés de Estadística recogen que los habitantes del territorio Monegros escasamente superan los 30.000. Su población, con crecimientos negativos, compone unas pirámides de edad en donde los mayores de 65 años llegan al 27,5% y los menores de 15 años son pocos. Su renta disponible bruta por habitante mejora poco a poco pero es casi un 25% menor a la media de la Comunidad. Sin duda la existencia de Zaragoza frente a Aragón deja sentir sus efectos menos favorables en estas cifras, como lo hizo a lo largo del siglo pasado.
Los Monegros sirven de ejemplo pero muchos territorios de Aragón sufren también los olvidos cómplices de las diferentes administraciones: la mayor parte de la provincia de Teruel pero también amplias zonas de Zaragoza y Huesca. Sobreviven por las subvenciones, las jubilaciones o porque se han convertido en refugio de algunos de sus antiguos vecinos. Sus habitantes aprecian el dinero invertido en los últimos años, que ha mejorado la confortabilidad de la vida rural y ha aminorado las diferencias entre pueblos y ciudades, pero demandan actuaciones complementarias. Ahora son necesarios nodos de actividad con alto valor social añadido, que relacionen riquezas culturales y naturales con función económica participada, algo muy diferente al delirio Gran Scala. Es preciso construir una idea colectiva de Aragón para el siglo XXI que ponga en valor sus tesoros: los pasados y los futuros. Son imprescindibles apoyos continuados a la agro-ganadería que potencien la calidad de los productos, incentivos para el empleo joven, los emprendedores y las pequeñas industrias, impulso a redes de comercialización eficaces. Habrá que valorar los resultados de los programas de desarrollo (Leader, Proder, etc.) con criterios de socioeconomía, para subsanar sus debilidades y aprovechar sus fortalezas. Así nuestros políticos – muy ocupados a veces en apuntalar sus espacios de poder- podrán asumir compromisos colectivos y gestionar los apoyos necesarios.
Además hay que promocionar Aragón dentro y fuera para que quien desee conocer maravillas geológicas visite los torrollones de Marcén y Alberuela de Tubo o los escenarios pétreos de la provincia de Teruel, antes que la Capadocia turca. Hay que lograr que el Aragón rural (pleno de valores artísticos y naturales) sea atractivo turístico y cultural para los aragoneses capitalinos, que lo ignoran pese a la cercanía. Sus museos y centros de interpretación y sus iglesias apenas son visitados. Sin duda se necesita una proyección que valorice el medio rural, similar a la que ya disfrutan eventos ligados a las carreras o a la nieve, para ser conocido y disfrutado.
Este artículo pretende ser antes una elegía, en forma de lamento, que el epitafio en la sepultura de Monegros o de algún otro territorio. No podemos resignarnos a verlos morir porque eso supondría perder una gran parte de nuestra identidad. Quienes en cada pueblo siguen empeñados en mejorar sus espacios de vida merecen que los nuevos gobernantes y todos los aragoneses los apoyen, aun más en tiempos de crisis.
- Publicado el 29 de agosto de 2011, cuando los agostados monegrinos seguían clamando por un poco de atención. Sus paisanos no les hacían caso, sus gobernantes estaban de vacaciones. Tardarían en volver