Se cuenta que las tropas de César tuvieron que sortear los peligros de las crecidas del Cinca y del Segre cuando luchaban contra las de Pompeyo en el año 49 a.C. También se sabe que Zaragoza, como otras muchas localidades, se quedaba a menudo sin puentes en la Edad Media y debía renovarlos con el auxilio de los reyes de Aragón. Ante tales eventos, que se repetían año tras año, los lugareños intentaron domesticar los ríos y barrancos. Protegieron sus poblaciones y propiedades con muros, motas y dragados; cambiaron sus puentes de tablas por otros de piedra. Pero una y otra vez las aguas insistían en recuperar el espacio perdido. No sólo derribaban puentes, como sucedió con el de Piedra en Zaragoza en los siglos XV-XVII, o generaban espacios nuevos como las Balsas de Ebro Viejo a finales del siglo XIV, sino que provocaban pérdidas económicas y se llevaban por delante muchas vidas. Por desgracia, no han cambiado mucho las cosas, pues cada semana los medios de comunicación nos acercan situaciones similares por todo el mundo.
Cuando se cumplen 50 años de las crecidas que en los primeros días de 1961 dieron lugar al galacho de Juslibol, los habitantes de los pueblos que se anegaban entonces siguen vigilando el cauce de los ríos. Sus preocupaciones no han variado. Reclaman, con justicia, una seguridad de vida doméstica y económica, la misma que exigen los afectados por las recientes inundaciones de Andalucía; en el caso de Écija han soportado tres incidentes graves en sólo dos meses, que les impiden volver a sus casas. Es innegable que las precipitaciones han sido cuantiosas, pero hay que valorar si esas afecciones se producen por la episódica variación de caudales de los ríos y barrancos tras las lluvias o por la mala gestión de los espacios fluviales, que han sido ocupados o enterrados. En general baja menos agua por los ríos; el Ebro desagua en el Mediterráneo las dos terceras partes de lo que hacía hace 50 años, pues han disminuido las precipitaciones medias y los ríos están regulados casi al máximo. Sin duda, estos hechos deberían ponernos a salvo de las contingencias de antaño.
Tanto en Andalucía como en Australia -que tardará 5 años en recuperarse de las inundaciones de Queensland según The Australian-, estas incidencias dejan clara la importancia de la variabilidad meteorológica. Ésta habría de servir para regular la invasión del espacio inundable; en el caso del Ebro, ha perdido el 50% de su extensión en los últimos 80 años además de la eliminación de casi toda la masa vegetal de las riberas, que impide que se atempere la energía que los ríos acumulan. La tragedia del camping de Biescas debería estar presente en toda España a la hora de planificar la ocupación de los territorios fluviales.
Es necesaria una acción preventiva continuada frente a las intervenciones paliativas, como las que nos muestra la televisión estos días. El Ministerio de Medio Ambiente ha puesto en marcha un Sistema Nacional de Cartografía de Zonas de Riesgo como medio de apoyo a la gestión fluvial que tiene en cuenta crecidas y estiajes, propios de zonas mediterráneas. Los riesgos de inundación existen en toda España, también en 1 de cada 5 pueblos aragoneses, como recoge una investigación del Departamento de Geografía de la Universidad de Zaragoza publicada en el verano de 2009 en Geographicalia. En consecuencia, urge sentarse a dialogar para programar una acción conjunta con unos protocolos serios. Hay que evitar las polémicas que surgen cada vez que las aguas aumentan de nivel entre quienes defienden que la mejor solución es dragar los ríos y barrancos año tras año, frente a los que defienden que las afecciones son debidas sólo a la limitación de los espacios fluviales. Dado que las redes fluviales son sistemas vivos y complejos, habrá que concluir qué actuaciones se van a acometer. Si se decide potenciar el laminado en zonas deshabitadas habrá que articular normas para la restitución rápida y la compensación económica. Si se precisan dragados selectivos y puntuales habrá que concretar las características. También será necesario tener en cuenta que las actuaciones en un lugar tienen repercusiones en otros muchos, como recuerda la Directiva Marco del Agua. Así se evitará que las inundaciones, que se seguirán produciendo, vayan acompañadas de sucesos amargos.
- Publicado el 8 de enero de 2011, 50 años después de que el Ebro renovara el paisaje urbano de Zaragoza con su gran crecida.
04/03/2015 at 10:59
Muy atinado y oportuno releerlo en estos días de la nueva crecida del Ebro para, pasados los momentos de zozobra de los habitantes de los pueblos ribereños, se actúe con serenidad y sopesando todos los aspectos y actuar sin precipitación, pero sin dejación, pues lo primero es la protección de las vidas humanas, y también de los animales, estableciendo pautas y normas para no arrebatarle su cauce al río con edificaciones en lugares de riesgo.