Los comportamientos sociales resultan contradictorios, dan cuenta de la complejidad de la vida. En este mundo tan urbanizado en el que vivimos se cotizan cada día más cosas que evocan lo natural. Es como un amor y desamor que viene de lejos. En los inicios de la urbanización se construían muros para protegerse de la naturaleza circundante (de animales, inclemencias del tiempo y otros desastres) o de los enemigos. Cuando se derribaron las murallas los ciudadanos recuperaron su interés por el campo. Hoy, el uso masivo del automóvil ha permitido tal consumo acelerado de naturaleza que ha debilitado los límites entre ella y la ciudad; el impacto de Zaragoza en Aragón valdría como ejemplo. Los urbanitas quieren vivir en las afueras, a veces en edificaciones ilegales que crecen sin control, o planean salidas de fin de semana para sumergirse en la naturaleza, a menudo demasiado urbanizada y repleta de gente. No viajan al campo o a los pueblos solo para pasear por el monte; en cierta manera, muchas actividades de esparcimiento como la práctica del esquí, la caza o la salida a las playas no son sino un contacto con la naturaleza sin límites.
Por otro lado, los hombres, en su proceso urbanizador, ya habían tratado de atrapar naturaleza para sus urbes. Desde aquellos primitivos jardines de Babilonia hasta que a mediados del siglo XIX surge el primer parque público, el número de espacios verdes privados aumenta. Más recientemente, tanto en las ciudades como en cualquier pequeño pueblo, se acondicionan zonas nuevas, se plantan árboles en las calles para acercar el medio natural o como una mejora estética. El urbanita dispone hoy de más áreas verdes que nunca, que reproducen de forma resumida la naturaleza y albergan muchas especies vegetales y animales. Sin embargo, sale cada día más en busca de lo que tiene en sus ciudades. ¿Disfunción social o influjo de la moda?
Zaragoza sería una ciudad paradigmática para explicar esas prácticas. Por un lado, es una de las capitales españolas con más espacios verdes; a los parques antiguos se han incorporado recientemente los generados al hilo de la Expo o en Plaza Imperial. Permanecen en general arreglados, a pesar de la dureza de la meteorología que deben soportar y del costoso mantenimiento del sobredimensionado césped. Los sucesivos consistorios tratan de incrementar los espacios naturales dentro de la ciudad para hacerla más habitable. Por contra, la ciudad va fagocitando la naturaleza que la circunda. Los polígonos comerciales o industriales, las urbanizaciones, la reciente Expo 2008 o la proyectada de Floralia, se asientan en espacios singulares con lo que limitan la naturaleza cercana de la que disponen sus habitantes, si bien quedan incorporados urbanizados a la ciudad. Se parece a la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo, de la que hablaba Ítalo Calvino.
En realidad, el reconocimiento social del múltiple papel que la naturaleza urbana cumple es escaso; ha decaído el uso ponderado de los espacios verdes clásicos pues ni siquiera se usan como refugio ante el calor. Por el contrario, los entornos fluviales próximos a Huesca o Teruel o las riberas de los ríos en sus tramos urbanos sufren afecciones graves. Rincones verdes antiguos o recientes pasan desapercibidos para muchos ciudadanos, salvo para colectivos concretos como familias con niños, jubilados o deportistas. A menudo son deteriorados por usos ajenos a los que les son propios o sirven para expansiones etílicas ante la indiferencia colectiva; son acciones que contradicen la unión afectiva de los humanos con la naturaleza.
Este fallo no hay que achacarlo solo a los regidores municipales, como acostumbramos a hacer. Es evidente que los ayuntamientos deben poner en marcha programas de gestión y comunicación diversos, más ambiciosos, para atraer a los urbanitas hacia esos lugares. Algunos, como el de Huesca para el Parque Miguel Servet o el de Zaragoza para el Parque Grande, ya están preparando planes para poner en valor la naturaleza que las ciudades atesoran, pero necesitan apoyo social. Urge recuperar, con la participación de colectivos ciudadanos, el papel de los parques y los espacios verdes como muestrarios de biodiversidad, como renovadores del aire urbano y como los sitios de convivencia que en un tiempo fueron.
- Publicado el 17 de agosto de 2009