Bajo un cielo aún oscuro comienzan los cantos que anuncian el alba. Cucos y petirrojos avisan de que hay que ponerse en marcha. A mediodía, grillos y saltamontes mueven sus élitros para reclamar protagonismo. Cuando se acerca el atardecer la actividad no decae, toca acelerar lo que el tiempo no permitió hacer. Solo queda esperar a que cárabos y mochuelos marquen la pausa del silencio, cuando en el ambiente domina la negrura. Nos encontramos en el imperio de la vida, en el bosque.
En estos días de estío continuado nos apetece como nunca penetrar en un bosque para disfrutar de la sombra o de los colores. A veces para recorrer un camino. Llegar al final de un recorrido con ventura siempre supone completar un reto; cansa el cuerpo y congratula el espíritu. Nos adentramos en un mundo vertical, en donde todos luchan por encontrar la transformación corporal que impulsa la luz del sol. A poco que nos esforcemos formaremos parte del espacio viviente, al lado de hongos y líquenes que se asientan sin disimulo por cualquier parte y pintan de colores las piedras del bosque, junto a un tumulto de hojas que bailan al son que marca el viento. Mientras, las ramas castañetean. Nos acompañarán gusanos e insectos esquivos, que luchan por sobrevivir entre la hojarasca ante las acometidas de los reptiles u otros depredadores. Estos están amenazados a su vez por los pájaros, que no tardan en avisar con sus cantos de la llegada de extraños paseantes, supuestos enemigos.
Bosques que fueron míticos, que ahora son imprescindibles pues hacen de pulmones globales en donde se intercambian los gases que favorecen que la vida siga. Los más líricos dirían que por ellos transitan elfos, hadas y duendes mágicos, que son quienes esconden las impurezas insospechadas, esas que viajan por el aire pero no se ven. Aseguran los científicos que los bosques españoles guardan entre sus hojas y el subsuelo el equivalente a nuestras emisiones de CO2 de cuarenta años. Al mismo tiempo, producen al año tres veces más madera de la que se corta, unos 15 millones de metros cúbicos. Aún así, como no satisfacen nuestro apetito, debemos importar otro tanto para abastecernos. Bosques que crecen en horizontal y retienen el suelo. Así, la superficie forestal total de España es la segunda de la UE. Aunque, por razones obvias por sus limitaciones climáticas, con menos biomasa, menos vistosa si se quiere, que en otros territorios del norte.
Pero en los bosques también palpita la incertidumbre. A pesar de sus múltiples beneficios, la mayoría de estas masas -el 87% de la superficie forestal española según WWF- carece de verdaderos planes de gestión. Sucede tanto en los montes de titularidad pública como en los privados, que suponen muchas más hectáreas. Por eso el fuego acecha a los mejores tesoros forestales. Además, durante 2013, el 60% de los grandes incendios afectaron a espacios naturales protegidos, las catedrales de la naturaleza. Cuando arden, las administraciones sí se ocupan de la extinción de incendios, aunque los recursos están bajo mínimos, al contrario que las lamentaciones. La prevención decae año tras año. Mientras, el agua escasea por todos los lados. Peligra la biomasa, esa que nos limpia el aire y nos proporciona recursos varios. Demasiadas puertas a la incertidumbre si la floresta arde. Luego restaurar el suelo y el bosque, si se puede, resulta demasiado costoso; recuperar el CO2 subterráneo que escape a la atmósfera es imposible. Pintaremos el aire de un gris sombrío.
Hansel y Gretel, o Pulgarcito, conocieron un bosque de negrura y de abandonos, del que salieron por un camino señalizado, y porque escucharon el canto del pájaro. Durante mucho tiempo, los bosques significaron lo ignoto, allá donde el camino de la vida encontraba su fin. Guardaron sus maravillas, sus tesoros, hasta que las encontró Kenzaburo Oé. Nuestros bosques tienen hoy el color verde de la esperanza, un poco atenuado por la sequía. Por eso allí ya no se envía a nadie castigado, ni se le abandona. Los bosques actuales tienen más el alma de David el gnomo, que nos hizo ver la vida plena de ecología, amistad y justicia. Aunque antes y ahora los trols molesten, siempre tendremos a los pájaros para que nos canten los ritmos entre el día y la noche. Si ellos callan, es que el bosque también se fue.