Bella palabra griega que nos habla de la Tierra, de los espacios donde las montañas van y vienen y se encuentran con los llanos, allá donde el clima escribe surcos en forma de valles por donde los seres vivos viajan y permanecen. Ciencia antigua que se construye con palabras e imágenes que se entremezclan para describir lo que en este tiempo es, después de haber tenido otras formas y horizontes, y caminar hacia lo que es posible que sea. Ya el sabio Herodoto empleó su inteligencia y sus conocimientos geográficos para dibujar aquel mapa (ecúmene), en el año 450 a.C., en el que capturó con sencillez el espacio europeo y el Mare Nostrum. Casi 20 siglos más tarde Cristóbal Colón quiso ensanchar la geografía conocida. Aprovechó sus conocimientos de cartógrafo para imaginar otros mundos y consiguió que la realidad superase los sueños. Así abrió la puerta a mágicas existencias, amplió tanto los primitivos mapas que sirvieron para impulsar una corriente viajera que convulsionó la geopolítica y el comercio.
La geografía se escribe también en imágenes literarias del paisaje como aquellas que tanto impresionaban al gran Humboldt (padre de la geografía moderna). Tal como lo enriquecieron a él, renuevan el ánimo de todos nosotros. Viajar es vivir, porque el entendimiento del espacio actual se ordena con las vivencias personales pero se acuna en el pasado. Disfrutar de la lectura de cualquier obra literaria, del conocimiento de la historia social, solo puede hacerse plenamente con el auxilio de la geografía. Será por eso que uno quiso ser siempre como Julio Verne, que sin moverse igual viajaba al centro de la Tierra, le daba una vuelta entera en 80 días o se iba a la Luna. Para imitarlo, cuando quien esto escribe era niño se impresionaba con aquel sintonizador iluminado de la radio Philips que recorría despacio ciudades próximas y remotas de una geografía inaccesible pero soñada. Leía con avidez cada día “El Heraldo”. Allí buscaba las noticias del mundo e intentaba localizar con el índice toponímico de su gastado atlas Aguilar países y territorios para entender algo sobre los conflictos que se contaban: entre India y Pakistán, en el Congo, o en Vietnam. Aprovechaba los periplos de los equipos españoles de fútbol, como el del Zaragoza en la Copa de Ferias, para conocer en sus sueños Europa, la democrática tan envidiada por sus adelantos y riqueza, y la del Pacto de Varsovia, tan despreciada aquí por la guerra fría.
Los atlas Salinas, aquellos tesoros en gran formato que permitieron viajar con la imaginación a los niños españoles en los años 60, han sido sustituidos por “Google earth”. Era tan distinta la búsqueda pausada del pasado frente a la rápida mirada por el mundo global que parece que el tiempo se comió al espacio. Pero el objetivo es el mismo: ensanchar la mente mediante el reconocimiento de otros sitios. Conocer también es relacionar, así se construye la vida. Cuando los acontecimientos nos llegan al momento desde los diferentes rincones del mundo, la geografía es más necesaria que nunca.
Aún hoy, nadie vuelve a sentir igual un territorio después de haberlo visitado, incluso ve de otra forma el propio. Esto es la geografía, una ventana abierta al mundo exterior. La cultura geográfica la escriben tanto el Instituto Geográfico Nacional -que hace ciencia y educación- como los centros escolares o las agencias de viajes. La potencian en niveles de excelencia departamentos como el de Geografía y Ordenación del Territorio de nuestra universidad, con sus trabajos de teledetección y cartografía. Pero a pesar de todo, hay momentos en los que esa cultura geográfica sufre un ingrato silencio. Pocos alumnos tienen el antiguo deseo descubridor, les cuesta situar cualquier lugar porque la tecnología anuló la curiosidad. Los más mayores no logran dimensionar una catástrofe ecológica y un desastre humanitario en el territorio global. Hay que evitar que la geografía pierda valor en la enseñanza obligatoria y que no se cumpla la amenaza de su desaparición en la universitaria, porque las ciencias sociales nos ayudan a entender el mundo. Aunque seguramente la geografía escolar se deberá despreocupar de acumular nombres y accidentes. Más bien su dimensión actual consistiría en revelar las cambiantes relaciones entre los pueblos y el territorio.
- Publicado el 18 de julio de 2013. Por entonces el Ministerio de Educación avanzaba su propósito de deslucir lapotencia formativa que tenía la Geografía en la enseñanza obligatoria y en la cultura global.