La Tierra se mueve desde hace millones de años por el universo impulsada por algo que los humanos corrientes tardamos en comprender. Pero no viaja sola sino que porta en su superficie cantidad de seres vivos que también están sometidos a una serie de fuerzas que interactúan: unas se conocen o entienden mientras que otras resultan muy complejas. La superficie terrestre es un mosaico de paisajes siempre cambiantes porque la energía que los dibuja sigue unos ciclos diversos que la gente observa con admiración o perplejidad. Cada vez más, tienen marcas sociales; costaría encontrar algunos vírgenes.
Esos paisajes antropizados se forman a partir de fuerzas creadoras o destructivas, en algunas de las cuales es determinante la acción humana; nos agradan o no, son favorables o inhóspitos, se parecen en lo general y a la vez tienen rasgos diferenciadores. Es más, sueltan latigazos episódicos que cambian o dañan la vida de mucha gente como sucede con los terremotos, ciclones u otros sucesos; ahora con el cambio climático. A entender sus pulsiones se dedica la ciencia pero no consigue hacer que la vida sea universalmente saludable, ni para el planeta –aunque no notemos si siente y padece– ni para sus habitantes. Es más, cada vez cobra más fuerza la idea de que nos encontramos dentro de una crisis universal combinada –climática, ambiental y económica–, que tiene múltiples estampas por lugares diversos y con evidentes peligros en momentos concretos. Reconozcámoslo: la ciencia no puede procurar una vida más placentera a la gente si esta no colabora, si la sociedad en su conjunto no se pone de acuerdo en qué tipo de planeta desea para vivir.
Mire a su lado. Encontrará señales evidentes de grandes cambios (incremento de la temperatura global, la huella ecológica, limitaciones en los recursos minerales, reducción de la biodiversidad, grandes migraciones, desigualdad social, etc.); todos son ecos del paisaje antropizado que añaden incertidumbre al futuro. Frente a ellos solamente cabe la negociación para repartir causas y efectos. Cada una de estas marcas es un laberinto para mucha gente, casi siempre la menos preparada o más pobre. Es necesario ajustar las expectativas a lo que el sistema de tierra/agua/aire/vida puede dar de sí. Pero claro, lo que unos desean causa incomodidades a otros. Los despreocupados dirán que así ha sido siempre y se ha llegado a nuestros tiempos con una mejoría sustancial de las expectativas de vida de la gente, en particular desde hace unas cuantas décadas. Pero cuidado: los desajustes son tan fuertes hoy que la experiencia no garantiza lograr remontarlos.
Vuelvan a mirar a su entorno o un poco más lejos: encontrarán que sobran opiniones y faltan acciones y compromisos. Escuchen a los medios de comunicación, lean con detenimiento la prensa, analicen declaraciones de la ONU u organismos supranacionales, atiendan a lo que expresan los líderes políticos, incluso sus familiares o vecinos. Los deseos vagan por el aire esperando que alguien comprometido los recoja y los devuelva amplificados. Todos estos paisajes de vida hay que recorrerlos en grupo, o en equipo, para ser más exactos; máxime ahora que los exclusivismos emergen con fuerza en el paisaje social queriendo arrinconar a los diferentes de opinión o posición. La estrategia colectiva es necesaria para la existencia individual, o del círculo próximo. La vida propia no debe ser un viaje en monoplaza, por más que esos vehículos sean más fáciles de conducir, sin pelearse con alguien por elegir un itinerario o dejarle un espacio en el cubículo interior. De vez en cuando, se averían o sufren algún desperfecto. Entonces, a no ser que se sea autosuficiente, que casi nunca ocurre, hay que echar mano de alguien que tenga habilidades reparadoras. Eso es la sociedad: un conjunto de interacciones viajando por el espacio y el tiempo antropizados que siempre nos está recordando que el paisaje que es vivir –pleno de sensaciones y emociones– es algo más que pensar en uno mismo, que lo que un día se da otro se recibe, que tenemos hijos y vecinos, que también importan los que están lejos y se ven obligados a transitarla a pie o en monoplazas escacharrados en contra de su voluntad. Así lograremos dar contenido a las dimensiones de un mundo –global y próximo- mejor humanizado.
- Publicado en Heraldo de Aragón el 11 de diciembre de 2018.