Nuestro entramado social bascula entre las capitales y unas pocas ciudades de más de 5.000 habitantes, que reúnen las tres cuartas partes de la población, y el resto, el Aragón rural. Este apenas acoge a 350.000 habitantes aunque represente casi el 90 % del territorio. Además, el envejecimiento poblacional anuncia la defunción inminente de muchas esperanzas. Esta situación es el resultado de distintos factores espaciales e históricos, así como de políticas de gestión territorial y comercial. Nuestros actuales dirigentes tienen el mandato ciudadano de conseguir un Aragón multiforme, por eso han de reaccionar ya para que nuestra tierra no sea el ejemplo mundial de la desaparición poblacional.
Ante esta situación de emergencia habría que preservar el entramado social rural, invirtiendo ilusión y dinero. De todos los sectores que dinamizan la vida, la educación es el que más hondo perdura. Lo hace en forma de sentimientos y de cultura colectiva, y si se moldea bien, mejora la relación con el territorio y busca su presencia en él. Seguro que cada euro que se invierte en educación revierte con creces en la sociedad. Se fueron cerrando escuelas y tras los niños marcharon los padres. Cada año los ajustes infligen nuevos castigos a la escuela rural por el gasto que supone; en ello se escuda el Departamento de Educación para eliminar la Secundaria de muchos pueblos. Además se reducen otras asignaciones para los Centros Rurales Agrupados o de Innovación Educativa. Nuestros dirigentes niegan aquí la asimetría en el coste de servicios para asignar recursos, que fuera defienden.
Falló la planificación para la Educación Primaria pues durante muchos años las Escuelas de Magisterio han estado formando alumnos muy preparados en una materia pero sin habilidades para abordar otros saberes y procesos. Se apostó por una educación de superespecialistas, a la vez que se pregonaba la globalidad en esta etapa. Se perdieron esas maestras o maestros que se volcaban en una tutoría activa para que los pocos alumnos del pueblo mantuviesen la posibilidad de elegir en libertad si ampliaban sus estudios en la universidad o se conformaban con la educación básica para gestionar su vida laboral en su pueblo. Los años demostraron que se necesitaban verdaderos expertos en escuelas incompletas, bien formados para asumir todas las materias, que hubieran dado coherencia al discurso de la globalización y hubieran quitado argumentos para suprimir aulas rurales por el coste por alumno que conllevan.
Nuestros dirigentes siguen olvidando los contextos territoriales y sociales; algunos llaman actitud pueblerina a la defensa de la escuela rural. Si los apreciaran revisarían los profesionales de la educación que envían a los centros rurales, en la seguridad de que no todos los formatos de enseñanza admiten modelos idénticos. Hay que mantener la Educación Secundaria en muchos de los pueblos. Por eso, desde la convicción de que la educación es una lanzadera social, caben modelos organizativos diferentes, adaptados a contextos diversos. Cuando los alumnos sean pocos, habrá que asignar en plantilla unos tutores de aprendizaje, con una función similar a la que desempeñan los profesores de ámbito de la actual diversificación. Estos deberían contar con recursos tecnológicos reales y ágiles. Les podrían ayudar los especialistas de algunas materias de Primaria de esos pueblos, como Idiomas o Educación Física, dedicando parte de su horario al alumnado de Secundaria. La figura profesional es lo de menos. Si algo faltara, la formación permanente del profesorado sirve para añadir estrategias de trabajo a quienes las necesiten. El alumnado de esos centros debería tener un instituto cercano de referencia, en donde podría compartir experiencias con grupos del mismo nivel, recuperando algunas de las cualidades de los CRIE y aprovechando la formación a través de Internet.
Cuando los alcaldes desesperados intentan capturar una familia con hijos que llegue al pueblo y evite su mudez, o los padres de una decena de localidades de Huesca y Teruel claman por que sus hijos que cursan Secundaria sigan con ellos, nos preguntamos qué ha quedado de aquella utopía pesimista de Joaquín Costa, cien años después. Como él, quien esto suscribe mantiene una visión multiforme del futuro compartido.
Publicado en «Heraldo de Aragón» el 27 de mayo de 2014