Cartas desde el futuro

Fueron apareciendo sin más, en lugares diversos de ciudades y pueblos. Al principio quienes las encontraban las entregaban en las oficinas municipales de objetos perdidos. Después ya no. Salió la noticia hasta en los telediarios. Todas llegaron con el epígrafe “Carta al futuro” escrito en el sobre en letras más o menos bonitas, algunas en colores. Pocas llevaban remite. ¡Qué paradoja! Escribir sobre lo individual sin reconocerse como la persona que escribe. Alguien, no se sabe por qué razón, se ofreció a custodiarlas. Puso un anuncio en las redes sociales. Le fueron llegando como un goteo; también recogió las depositadas en los ayuntamientos. Fueron tantas que se rebosó la caja de cartón donde las guardaba, como si las cartas quisieran contar lo que llevaban dentro.

Algunas las había leído; traían pesares y esperanzas de los cuales se sentía en cierta manera depositaria.

Un poco insegura, esta persona convocó, con carteles adheridos a las farolas y en Facebook, una lectura pública en la Plaza Mayor de la capital. Era un día festivo. Hasta allí acudieron gentes diversas, en edades y condiciones. No eran muchos, pero enseguida formaron un sentimiento colectivo. Quienes tenían más impulso, o mejor voz, empezaron a leer algunas cartas para los demás. Una señora mayor quiso ser la primera. Extrajo una al azar de ese baúl del tiempo. La escribía alguien que se identificaba como Paco. Decía que le había costado redactarla porque los sentimientos le dificultaban los trazos. Se refería a la doble pobreza energética que padecía en ese momento: no tenía calefacción porque no la podía pagar y no entendía el recibo de la luz porque le faltaban conocimientos para descifrarlo. Pedía por favor que hubiese un bono social.

Una niña fue la siguiente. Se empeñó en leer una carta de alguien como ella. No costó mucho encontrar un sobre con letra infantil en varios colores. La escribía un niño, hijo de inmigrantes, que se lamentaba de que en su casa no tuvieran acceso a Internet por falta de dinero, ahora que en el colegio habían empezado con los libros “on-line”. Decía que estaba en 6º de Primaria y que esperaba que el problema se solucionase pronto porque quería ir a la universidad. Era una carta con muchos deseos. En la postdata final, expresaba con grandes mayúsculas que cuando fuese mayor se empeñaría en que se hiciese realidad que todos los niños del mundo, y no solo los ricos, tuviesen las mismas posibilidades para estudiar. Hubo muchos aplausos espontáneos.

Se extrajo una carta con remite de un pueblo. Quiso leerla la presidenta de una sociedad cultural. La carta mezclaba pasado y futuro. Era optimista para los tiempos que corren porque la mujer que la había escrito, que era mayor, decía que las privaciones se pueden remontar con esfuerzo, pero a la vez se mostraba pesimista por el incremento del individualismo. Al final hablaba de la posible muerte de su pueblo. Nunca lo quiso creer, porque confiaba en que los políticos ayudarían. Lo habían dicho en la televisión.

Pidió leer la siguiente un joven, alto, trajeado y con corbata. Escribía alguien que había tenido que ayudar a sus hijos porque se habían quedado sin casa. Pero no lo hacía en tono lastimero, sino que veía el lado positivo de la vida. Decía que seguro que en el futuro cercano, que él no vería por sus años, no se cometerían más tropelías hipotecarias porque la banca tendría mayor intención ética que la que él había sufrido. Parece que al lector le costaba interpretar la caligrafía del autor pues su lectura no era fluida, se paraba de vez en cuando. Se retiró rápido de la concentración. Tendría prisa.

Otra la escribía una madre. Se lamentaba de las penurias económicas que pasaban en casa, de la falta de trabajo y las discusiones con su pareja por esta causa, sobre todo a final de mes cuando se acababa el dinero del subsidio o la comida de las ONG. Clamaba porque sus tres hijos no podían ser como los demás niños. Decía que se cansaba de escribir cartas a los poderes públicos, pedía disculpas por descargar todos sus lamentos en esta, que no sabía a quién dirigía, y acababa dando las gracias. Se hizo el silencio.

Se escucharon también palabras de gente que sentía por el futuro de otros. Sin darse cuenta habían pasado dos horas. Se disolvieron. Se quedaron demasiadas cartas sin leer.

  • Publicado en Heraldo de Aragón el martes 13 de mayo de 2014. Por entonces, en la España que mejoraba sus registros económicos, según el Gobierno, muchos españoles habían perdido la orientación vital y deambulaban por la desesperanza.

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