Turismo depredador con el medioambiente
Los espacios naturales se configuran a lo largo del tiempo a partir de interacciones entre energía, materia y biodiversidad. Sus ritmos estuvieron marcados durante milenios por la propia entropía; nada mandaba más ni menos en su libertad errante. Tampoco se daban obediencias para asegurar supervivencias: algunas triunfaron mientras que otras no. Así, entre sucesos y ciclos se ubicaron los ecosistemas en lugares concretos, no prefijados; en ello reside su grandeza.
Entre ellos destaca sin duda, por su prestancia física, el complejo espacio pirenaico. Combinando geología con meteorología y biodiversidad se expresa ahora en valles y crestas, con sus aguas y vientos, que definen a la vez su accesibilidad. Hasta hace unas décadas, solamente en verano los ganados lo hacían suyo en sus partes más altas. Pero ahora late de otra forma. En pocos años, el Pirineo escondido salió a la luz, buscado como lugar de esparcimiento por cada vez más personas. Allí acuden para el disfrute físico y mental. Sin embargo, esta práctica provoca una masiva ocupación de enclaves singulares; en ocasiones dándose codazos, como diría el naturalista Eduardo Viñuales. No solo en la temporada de esquí se provocan las servidumbres en este territorio, frágil siempre. Ahora están proliferando prácticas deportivas variopintas. De todos son conocidas, y por muchos criticadas, las procesiones al Aneto, que emulan las del Everest. Allí coincide demasiada gente para derrotar al gigante pétreo y a la vez fortalecer su autoestima competitiva.
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