Microplástico llegó en 2018 a ser una estrella de la lengua española; ojalá sea para bien

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La lengua española se enriquece por el uso que se da a nuevas palabras, por más que algunas de estas delaten lo alejados que estamos de ser coherentes en nuestra vida individual y colectiva. Cuando la Fundéu elegía las 12 que iban a competir por ser la palabra del año 2018, se encontró con nuevos formatos de hablar en lo social (mena o menores no acompañados, los nadie, micromachismo, dataísmo, nacionalpopulismo, etc.) y en el medioambiente (ecocidio, alargascencia, ecoimpostura  o ecopostureo, esmog, Hora del Planeta). Todas ellas cargadas de sentido y trascendencia. Al final la elegida ha sido microplástico, que designa a aquellos fabricados de forma diminuta –presentes en muchos productos- o a los trozos degradados de otros más grandes. La palabra está ya en nuestra vida, como en todo el medioambiente. ¿Por qué no hablar del asunto y de paso restarle protagonismo actuando para reducir al máximo los perjuicios que ya nos causa? Por cierto, los microplásticos nos pertenecen, los hemos generado nosotros; ¿Misión nuestra será recogerlos? Digo.

Cómo no vamos a insistir si hasta la sal está plastificada. Acabo de darle acomodo en el procesador de textos, para que no me dé error de escritura, a pesar de que la RAE no lo tenga en su diccionario. Pero claro, así deja de recordarme la necesidad de hacer un uso más razonable de los plásticos y esos otros productos que contienen los “micro”. Mejor lo dejo. Por cierto, varios países ya los han prohibido en los cosméticos.

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