La sequía extraparlamentaria y etérea. Ensayo sobre la falta de lucidez

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Dicen que la sequía va a ser la previsible y continua tragicomedia social, el punto y seguido tétrico que marcará el futuro. Aseguran que junto con la contaminación urbana constituyen las dos grandes amenazas socioambientales. Tragedia por sus efectos, ahora solo se miran los económicos y de abastecimiento pero hay muchos más. Detrás de los males se parapetan los olvidos junto a desidias desorbitadas. Tal descompostura, peligrosa en sí misma, lo es todavía más cuando se ningunea en los parlamentos, tanto del Estado como autonómicos.

Todos sabemos que lo grave de la situación es la escasez crónica de agua meteorológica y la sobreexplotación de los ríos y acuíferos. Comedia intelectual, no apta para mentes sensibles, cuando las televisiones muestran imágenes hablando de la excepcionalidad de la sequía meteorológica que dibuja las sequías hídricas y socioeconómicas, cuando la escasez de precipitaciones es un distintivo de esta España nuestra; y tememos que se agrave con el cambio climático.

La ciencia meteorológica pronostica escaseces más abundantes. Y no es una profecía; son datos contrastados. El problema del agua es planetario pero con más nudos que las cuentas de un rosario, varios los tenemos que desenredar por aquí. Quienes quieran ampliar los argumentos tragicómicos revisen las viñetas de El Roto, una enciclopedia de la insensata percepción del agua no compartida que nos sirve para interiorizar, si queremos, cómo somos y lo que nos queda por aprender.

Si cada vez llueve menos y queremos más agua para más cosas -todas personas en el mismo momento- algo fundamental falla en la inteligencia colectiva. La demanda supera a la oferta año tras año, y la primera es acumulativa mientras que la segunda se contrae. Un mito del pasado que condiciona el presente, un singular juego entre los humanos y la naturaleza en sentido amplio. Ni las procesiones o novenas a los dioses hacen ya llover. Los secanos agonizan ya en abril. Ni con la posible lluvia bendecida evitan las maldiciones que su falta provoca. Porque mi sequía nunca será su sequía, defienden los gobiernos cuando se pelean entre ellos.

El final es el principio: no disponemos, ¿cada vez menos?, de suficiente agua para contentar a los demandantes presentes y futuros. Es un problema de percepción social: debemos adaptar nuestras demandas a la escasez de agua disponible porque lo contrario es una estupidez, y además es imposible. La sombra de la escasez es cada vez más alargada; en algunas localidades los bomberos reparan un poco el abandono en este mes de abril. Los parlamentos, la mayoría de los ayuntamientos, desdeñan hablar racionalmente de uno de los mayores conflictos sociales de nuestro día a día. Acaso se lanzarán unos cubos de agua teñida de improperios los unos a los otros. A riesgo de graves penas o multas como les sucedió a los manifestantes climáticos ante el parlamento español.

El agua se tornó extraparlamentaria porque debió planificarse y no puede vestirse de adornos efímeros, como esos planes de cuenca que hacen negación de las previsiones meteorológicas, y climáticas. La mirada de quienes la demandan se hace hosca; nunca les dijeron los gobernantes que deberían vivir entre las limitaciones de la naturaleza que vive en su desentendida entropía. Los mismos gobernantes de cualquier lugar que ahora sólo hablan de quienes les quitan el agua. ¡Qué difícil es robar el deseo de poseer! ¿Para cuándo un Pacto nacional por el agua como variable natural y social? Podrían intentarlo con vistas a las elecciones municipales y autonómicas, pero la falta de lucidez lo impide.

El esperpento de Doñana es un monumento mental a la falta de lucidez política. Se ha convertido en el hazmerreír hispano que viaja por todo el mundo, como antes lo fue a escala mundial la tragedia del ex mar de Aral planificada por los megalómanos soviéticos o la actual del lago Salado estadounidense. La forma de abordar el epílogo de Doñana por el Gobierno andaluz es el epítome del agua etérea, fotocopiada en casi todos los parlamentos autonómicos con problemáticas ligadas a la “bendita agua”. Para su escarnio -más el de los demás- discuten del agua infinita, de su agua negada a los otros, quitada a los ríos, al resto de los seres vivos y los acuíferos; de la no vista. Sin darse cuenta de que el agua de la que hablan se guardaría en una cesta con los mimbres descompuestos, como sucede en Almería y estará Doñana, que a este paso adquirirá la tragedia mundial a la altura del Mar de Aral o el Lago Salado. Todo por un puñado de votos rurales, o de dólares, tan fílmicos como mostraba la película dirigida hace 60 años por Sergio Leone y protagonizada, entre otros, por Clint Eastwood. Al final, la mala gestión de agua provocará ahogos de dimensiones varias. Y no es una profecía ni una amenaza. Sequía somos todos, podría ser una película denunciante.

La sequía sencilla y sentida, nada etérea sino muy real, que dedicó José Mª Hinojosa a Luis Buñuel:

Los árboles negros,
cruzan
sus ramas,
pidiendo
un poco de agua.

Los árboles negros,
clavan
su mirada,
en el cielo.

A los árboles negros,
no les cae agua,
y casi secos,
fijan sus ojos
en la tierra sin jugo
y sin aliento.

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