La Caesaraugusta macetera
Uno tiene la fortuna de vivir en una ciudad bimilenaria. Famosa desde tiempos de Augusto, ahora quiere sentirse moderna. Por eso se ha apuntado a la iniciativa de la Unión Europea Cities2030, que más o menos significa que será climáticamente neutra -qué palabra tan poco comprometida- en carbono. Traducido al lenguaje que la gente entiende se propone algo casi milagroso: la resta entre lo que emite de dióxido de carbono -eso que tanto se huele en sitios como la plaza de Aragón y otras muchas calles- menos lo que es capturado por seres diversos de los maceteros y los parques absorberán dará cero. Estos últimos se tragarán las porquerías del aire y las convertirán en el milagroso oxígeno que todo lo cura. Por eso los ediles de la muy noble, inmortal y ahora neutra ciudad han decidido protegerla con “seudobosques” limpiadores. O lo que es lo mismo, murallas anti contaminación, cual si fuera una orla. Será por eso que ha recibido el IV Premio de Buenas Prácticas por la Biodiversidad por su gestión de la Infraestructura Verde, otorgado por la FEMP.

Por cierto, el Augusto César -que dio nombre a la ciudad- no sale de su asombro ante esa especie de pérgola verdosa que le han colocado delante, cual si fuera la corona de laurel que con tanta gloria portaron los emperadores romanos por todo el Mediterráneo. Hasta teme que sustituyan la rama de laurel y la de palma del escudo de la inmortal ciudad por ese remedo poligonal abierto sustentado en pies maceteros. ¡Anda que si supiera que su verde imperial está plastificado! Suponemos que todo no; que el plástico será autóctono y de proximidad -no vendrá de la lejana China-, fabricado con material reciclado, reciclable a posteriori. Dice el noticiario zaragozano boca a boca que esos espacios verdes han sido regalados por una asociación de comerciantes para embellecer la trama urbana (sic).
Volvamos a las plantas ornamentales. Son algo así como la naturaleza domesticada y restringida. Antes eran domiciliarias, ahora son ciudadanas y descansan en maceteros, algunos con enjundia histórica, como esos que completan la silueta de la virgen y los que simulan un zigurat mesopotámico. Los árboles con los que el ayuntamiento engalana la futura ciudad verde son lo mismo pero a lo grande. No, mejor, porque son de disfrute colectivo, porque adornan las calles y por la cantidad de gases malos que se van a chupar. Algunos tendrán que trabajar a destajo.
Las buenas intenciones de los ediles por ser ciudades climáticamente neutras, o con neutralidad -otra palabra de significado ambiguo- suponen grandes compromisos en movilidad urbana y uso de la energía; así como una probada conciencia de la ecodependencia. Hay que aplaudir que se/nos hayan embarcado en la iniciativa. Siempre va bien ponerse metas. Pero, dado que por ahora están tan lejos, no sabemos si la Unión Europea nos aplaudirá en el año 2030. Algo parecido, los retrasos en la tarea, aportan Madrid y otras ciudades CITIES2030.
Pero las ambiciones reverdecedoras de los ediles deben llevar pareja una educación de las y los zaragozanos. En primer lugar hay que explicar cuantas veces sea necesario que Zaragoza se ha comprometido, pensando en la ciudadanía, a limpiar su aire para hacer la vida urbanita más saludable. Necesita convencer, buscar la complicidad, de colectivos empresariales y comerciales, para que se impliquen en construir una ciudad más habitable y resiliente; también de todas las personas y los colectivos sociales. Seguro que el ayuntamiento de la capital ya tiene preparados grandes y continuados programas de Educación Ambiental, internos para la institución y para toda la ciudadanía. Así, con el tiempo podrá añadir las iniciales M.R. (muy resiliente) y M.NE. (muy neutra) a las que ya hay en las dos ramas (laurel y palma, homenaje y victoria) que circundan al león de su escudo.