El profesorado en formación permanente es la clave educativa
Todavía permanezco en el reducido grupo de creyentes sobre el papel transformador social de la educación; primero la obligatoria y después, o al lado, la no formal o informal. Soy de los que piensan que la clave importante del éxito de la primera reside en las capacidades e intereses del profesorado. Este es el que puede transformar la enseñanza porque se le encarga su puesta en valor y cuando alguien se esfuerza y consigue frutos se autoanima. La pena es que, al menos por aquí, se le demande que lo haga en un tiempo récord, cual si fuera un milagroso curandero.
En el caso de que esto fuera posible necesitaría urgentemente una formación adecuada a las nuevas demandas sociales que se le hacen; más una posterior y continua cualificación permanente (mejor en tiempos lectivos) para enfrentarse con éxito a los nuevos retos. Josefina Aldecoa, una maestra de las ilusiones transformadoras, nos legó aquello de que la educación es un proceso que no acaba nunca; añadiríamos nosotros que también en el profesorado. Educar es siempre aprender, para aprender hace falta querer.
En el nuevo currículo que promueve la Lomloe, en el contexto de educación que supone, perviven situaciones del pasado con nuevos requerimientos. No pasa solamente en España; en otros muchos países se suceden leyes educativas sin una aparente mejora educativa, será porque nunca se evalúa el funcionamiento del sistema como tal; si el sistema sistema sirvió o no para lograr los ilusionantes preámbulos con los que las leyes se adornan. Se cambia la ley porque conviene al partido gobernante. Como mucho se extiende la cantidad de perceptores pero apenas se mira la calidad de lo percibido/aprendido. Vemos como marcha el ODS núm. 4 a escala de España y Europa.
Viene esto a cuento de que se celebró recientemente en Nueva York la Cumbre de Naciones Unidas para la Transformación de la Educación (TES, por sus siglas en inglés). De ella surgió lo que se llama Declaraciones de Compromiso, una serie de propuestas para transformar la educación de los diferentes países. Pero resulta que el 80% de las acciones destaca uno o varios aspectos relativos al aprendizaje digital. De hecho, el gobierno español anunció la inversión de casi 1.200 millones de euros en el Plan de Digitalización y Competencias Digitales del Sistema Educativo. Vale, bien pero…
Dado que no existen suficientes estudios concluyentes de la gran mejora educativa que ha supuesto la tecnología para todo, de que algunos docentes han caído en el «tecnoestrés» durante la pandemia, de que no se ha evaluado la potencialidad educativa de las tecnologías de educación en el aula ni las desigualdades mejoradas, lo primero es testearlo. Separar la moda de la mejora educativa. Somos conscientes de que lo que decimos va contra corriente; máxime cuando afirmamos que tecnología no equivale a innovación educativa. Se nos ocurre proponer que antes que nada habría que mejorar la formación y la profesión docente en el mundo. Partimos de la hipótesis de que invertir en la profesión docente (formación inicial y permanente) serviría mejor para un aprendizaje de calidad del profesorado y del alumnado que atiende. Para lograrlo se necesita una mejora del profesorado, en cantidad y calidad, para que pueda atender los requerimientos nuevos y las crecientes desigualdades. Y urge una valoración crítica y cualitativa de los resultados formativos. «La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo». Lo formulaba Pablo Freire para el alumnado pero se podría aplicar al profesorado. Combinándolo con aquello que nos legó y muchos docentes compartimos: “Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción”. Valdría para soñar desde la Educación Infantil a la Formación Profesional (que parece empieza a emerger).
Además, cabe una reflexión colectiva sobre el papel social de la educación. Si se logra encontrar habrá que explicarlo muy bien para que el profesorado se involucre en las nuevas necesidades, confíe en poder desentrañar los requerimientos que se le piden, exponga de forma argumentada logros y éxitos y sea escuchado. Con todo, no vendría mal un respeto social al personal docente. Quizás es lo que le falta a una parte de él para implicarse de verdad en la transformación educativa que tan lejana se nos antoja, que no se logra con la mera transposición de leyes educativas.