La nostalgia del futuro se reimagina en el presente
Miramos atrás para tirar hacia delante. Los tiempos dulces, no para todos, se rompieron definitivamente con la expansión de la pandemia. Más bien se mostraron elocuentes. Como siempre, los pobres del mundo apenas salieron en los noticiarios. Buscar ahora mismo, escuchar o leer, una referencia a los desastres bélicos, ambientales y humanitarios que soportan los países pobres es una aventura sin final.
Nosotros a lo nuestro, que los pobres ya tienen bastante con sus desgracias y poco podemos hacer desde aquí; eso dicen pero el asunto daría para muchas conversaciones. Tras el paréntesis veraniego vendrán los lamentos de antes, prioritariamente los nuestros: bienestar real, agua a discreción, inflación controlada, salud de las de verdad, viajes y fiestas sin limitaciones, trabajo digno, etc. ¿Y si el mundo nuestro ya no es como era? Tenía guardada en mi cuaderno de esperanzas lo que Bauman llama las retrotopías. Que más o menos querrá decir algo así como que la nostalgia nos hace volver al pasado sin exabruptos pandémicos, bélicos, ambientales o inflacionistas; como si nada hubiera sucedido; aunque Bauman lo ajusta más diciendo que es «la negación de la negación de la utopía». Pero la nostalgia es un cofre con doble fondo. Se aflora lo brillante o menos malo y se esconde aquello que no encaja; algo así leí que dijo G. García Márquez. Pero pocas veces se usa la nostalgia para separar lo que hicimos mal y no volver a equivocarnos.
Dicen que en el mundo rural pervive la nostalgia, que ilumina los horizontes mañana y tarde. La idealización de lo rural no va a detener las huidas permanentes, en todo caso las suavizará un poco. Si la gente se fue de los pueblos es porque alguien o algo los echó; acaso las nulas expectativas de futuro. Los grandes rebaños no tenían quien les llevase el morral. Al irse dejaron que la naturaleza retomase el espacio perdido. Campos del olvido que escondieron sus márgenes a pesar de la sequías. Márgenes que los incendios que ha padecido Europa, España donde más, alumbraron para eliminar otras nostalgias. Pongamos cuidado porque la nostalgia es a menudo una seductora inquietante.
Los poderes políticos grandes y los entes con dineros a mansalva incrementan la nostalgia en sus consejos de mandamases por mantener su papel en el mantenimiento de un orden estricto, como antes. ¿De qué nos sirven las nostalgias del pasado si se centran en las relaciones económicas y totalmente subjetivas dirigidas a preservar privilegios económicos, de género, de raza/origen, de país, etc.? Lo macro nunca tuvo en cuenta lo micro. Lo veremos en el mundo, también en Europa, cuando el verano sea la entrada de un otoño social y económico. Acaso más grave en invierno. Nostalgias del pasado de nuevo. Un intento de idilio con lo que antes veíamos bien, o quizás mirábamos mal.
Utopía de volver a un cierto paraíso, estilo Tomás Moro, que antes no cesábamos de criticar. Solo es necesario leer alguno de mis antiguos chispazos para comprobrarlo, o buscar en Internet. Pero el horizonte lejano es un espacio vacío que hay que rellenar. Nos lo han recordado las incertidumbres emergentes. Volviendo a Bauman: ¿No será que los poderes establecidos nos supieron vender, y nosotros compramos sin pensarlo mucho, que la individualización del progreso era una forma de liberación? ¡Vaya chasco si fue así!
Acaso, cuando llegue septiembre, el recorrido del camino al futuro podamos convertirlo en un recorrido de limpieza de esos daños que se hicieron en la búsqueda de las promesas. Nos quedan los presentes. Aprovechemos para
P.D.: ¿Qué pensarían si leyesen esto los pobres de todo el mundo, las mujeres oprimidas de Afganistán o cualquier país, los sin techo, los inmigrantes sin futuro que enlace con la nostalgia, los pensionistas que no acaban ningún mes sin deudas, los damnificados por las inútiles guerras, etc.? También les podríamos preguntar a los chicos y chicas de nuestros institutos de secundaria, a los universitarios o a quienes se tuvieron que conformar con ningún título.