Invertir en la Tierra da réditos de supervivencia global

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Todos los años aparece en el calendario mundial para decirnos que está ahí. Cada 22 de marzo se generan multitud de noticias y actos que hablan de un continente olvidado, casi desaparecido, llamado Tierra. Por eso hemos querido retrasar un poco esta entrada, para que la ola biogeográfica llegue más de una vez a la orilla pensativa de quienes más pueden hacer por no estropear su devenir natural. Siempre se suele decir que es nuestro continente. Iría mejor hablar que es el lugar que nos contiene, del que somos deudores como el resto de las criaturas que lo habitan. Unos y otras somos privilegiados. Pero ya se sabe, cuando algo no falta poco suele recordarse a menudo.

La Tierra es vida; ahora enferma porque debe cogestionar demasiados cambios bruscos. Algunos son propios de su existir, y cambiarían de forma progresiva o regresiva en su entropía permanente. Mientras que otros se han incrementado aceleradamente a causa sin duda de la sensación de pertenencia que los humanos tenemos con respecto al Planeta.

En los mensajes que se prodigan estos días manda el hecho indudable de la contaminación del aire, que también pertenece al sistema Tierra. De esto se habla mucho pero no se escucha apenas, al menos lo que debiera. Seguro que el Planeta está triste por esa falta de atención, que es global. Tierra antigua que se mezcla con una nueva, que cambia los ritmos vitales de forma acelerada. Se dice con vanagloria que poco a poco la especie humana conquistó la naturaleza. Craso error pues la conquista supuso demasiada destrucción. Si pudiésemos hacer un viaje en el tiempo retrocediendo unos 2.000 años no la reconoceríamos. Este sistema biogeográfico es un ir y venir unas veces calmado, otras convulso. Por eso no debe haber un solo Día de la Tierra.

Las personas, como colectivo, somos arrendatarias de su destino. Pero la están destruyendo y acabarán quedándose sin oportunidades. Algo así vino a decir la pintora mexicana Frida Kahlo. ¿Qué pensaría ahora vistos las crisis causadas por el cambio climático, la COVID-19 o las guerras? ¿Con qué trazos pintaría al Planeta y sus criaturas?

Vivir es una experiencia compartida, por eso deberíamos tener señalado en todos los días de nuestra agenda el deber de acaparar lo menos posible para que nada cambie demasiado rápido, o sea irreparable. Alguien tan respetado como John J. Audubon manifestaba que los verdaderos conservacionistas son quienes saben que el mundo no ha sido heredado de sus padres, sino prestado por sus hijos. En cierta manera todos tenemos interés en seguir siendo habitantes de la Tierra, luego deberíamos hacernos conservacionistas, aunque nada más fuese por egoísmo. Debemos comprender el valor de la naturaleza en sí misma y actuar en consecuencia. Si así sucede, la naturaleza permitirá que los humanos estemos mucho tiempo más con ella.

Me gustaría terminar este chispazo invitando al pensamiento crítico en torno a una frase del filósofo argentino Santiago Kovadloff: “Durante centenares de miles de años, el hombre luchó para abrirse un lugar en la naturaleza. Por primera vez en la historia de nuestra especie, la situación se ha invertido y hoy es indispensable hacerle un lugar a la naturaleza en el mundo del hombre”. Ahora a esperar hasta abril de 2023, pero manteniendo la mente comprometida en torno a lo que significa el Planeta sin tener las manos quietas, comprometiéndonos sin excusas en las reparaciones que podamos desarrollar, individual o colectivamente.

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