Sostenibilidad: el discreto encanto de la impostada modernidad
El título va dirigido a todas aquellas administraciones o marcas comerciales que venden sostenibilidad a raudales, sin importarles demasiado consumir mentalmente el mismo pensamiento (que conste que también las hay que obran de buena fe). Quiere lanzar una llamada de primeros de año para que intenten escalar la cima del coloso 2030, para que pongan todo tipo de ingeniería y logística al servicio de esa quimera que supone no dejar a casi nadie atrás, porque a todos no podrán convencer. Quiere llamar modernidad a esa sociedad que en algún momento creía aquello de que a todos debe venir bien lo que aprovecha cada cual. Queremos avisarles que detrás de la marca de la sostenibilidad se esconde la señalética del peligro. No sabemos qué querría decir Paracelso con aquello de que «el hombre fue formado a partir de la materia y del espíritu del mundo». Si se puede decir viceversa. Ahora comprobamos que las distintas modernidades consumadas a lo largo de siglos tienen puntos oscuros.
Dichas instancias administrativas y entes comerciales juegan con códigos que nos seducen, tras los cuales esconden entresijos cruciales, a la vez dramáticos para toda esa gente que no ha sido beneficiada con la suerte, esta que muchas veces llamamos progreso. En el corazón de la tormenta actual epidémica se encuentran desigualdades, hambres, exclusividades y deterioros varios; algún que otro egoísmo. A quienes perjudiquen más todos esos desajustes se les derrumbaron los soles y les cayeron encima descargas de nubarrones que muchas veces se convirtieron en enigmas insondables.
La vida es siempre una conjunción de alegorías; la modernidad también aunque se llame sostenibilidad. En algunos países los Reyes Magos, que dicen venían de Oriente, satisfacen este 6 de enero los deseos materiales de niños y niñas, jóvenes y no tanto. En otros Papá Noel ya hizo lo propio.
Por algún sitio pasaría de largo. Una jovial melancolía nos recuerda a toda esa gente que está en otra onda, en orillas desconcidas. Para ella, que el nuevo año sea de verdad próspero, universalmente provechoso, porque la inmensidad de lo desconocido siempre está al acecho. Los enigmas vendrán sin ir a buscarlos. Por eso, los Magos debían traer una mejor comprensión de los misterios para toda la humanidad, por si a Papá Noel se le olvidó.
Empecemos el año combinando ética universal con salud y ecología. Impidamos que la economía tenga un sentido único. Pensemos en la infancia olvidada, que está pendiente de un acceso universal a la educación, salud, bienestar, etc. En algún momento, quizás obligados por las circunstancias, habrá que desentrañar eso de la sostenibilidad; los ricos pero también en los países de menos ingresos. ¡Qué 2022 sea el comienzo del «socioceno planetario»! Ese mundo moderno, nada impostado, en el que poco a poco se llegó a constituir una sociedad universal que mejoró los destrozos que estaba causando el antropoceno.
Se nos olvidaba: gratitud eterna a quienes desde cualquier instancia o colectivo luchan por que el mundo crea en la sostenibilidad, sustentabilidad, inclusividad, coherencia ética, etc. y tengan éxito. A aquellos (mujeres, hombres e instituciones, etc) que añoran que la sostenible modernidad es formar parte consciente y comprometida de un colectivo, en el espacio y por siempre.