A fuerza de propaganda la sociedad se hizo obsolescente. Una práctica que la convierte en reflejo de sí misma

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Vivimos con ella, despistados, pendientes de “renovar” nuestra vida. Unas veces se desprecian las cosas porque no son sentimos cercanos a ellas, otras porque se ven superadas por las que funcionan más rápido, a veces la estética las arrincona. Si todo esto falla, la propaganda nos lleva a tirar lo antiguo. Además, con estas prácticas convive la impresionante obsolescencia programada por los fabricantes. Nos queda un poco de afectividad hacia algunos aparatos y útiles, que los rescata del olvido. Eso evitará que acaben en el contenedor, como en “Toy Story 3”, al menos se refugiarán olvidados en las estanterías o en los armarios.

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